Las legiones de mario

La construcción de un gran imperio requiere de grandes dosis de inteligencia, voluntad política, fuerza bruta y capacidad de adaptación. Desde su fundación, la ciudad de Roma siempre destacó por estas cuatro características.

Allí donde grandes rivales como Cartago fracasaron, Roma consiguió imponerse y perdurar durante más de un milenio. Estas cuatro características que acabo de mencionar son además imprescindibles no cuando se dispone ya de un gran dominio, sino quizás en los momentos de mayor peligro, en los momentos de crisis.

Las reformas que Cayo Mario realizó en el ejército de la República a finales del siglo segundo a.C son uno de los mayores ejemplos que nos muestra esa capacidad de Roma para sobreponerse a los momentos difíciles, resurgiendo todavía con más fuerza.

De milicia a ejército profesional

Cuando pensamos en legiones romanas casi siempre pensamos en esto…en esto…o incluso en esto. Las legiones imperiales son desde luego las mejor conocidas por el gran público. Sin embargo, el ejército de Roma no fue así la mayor parte de su historia. Y el punto de inflexión lo dio Cayo Mario a finales del siglo II a.C.

En este momento, la República Romana se enfrentaba a enemigos en varios frentes. En el norte de África, el rey Yugurta de Numidia se había rebelado contra Roma.

Después de haber enviado a varios ejércitos a combatir esta amenaza, la mezcla de incompetencia y corrupción de los generales allí destacados no habían conseguido nada más que derrotas y grandes humillaciones. También en esos años varias tribus germánicas acechaban al norte de los Alpes.

Los Cimbrios, Teutones y Ambrones habían aparecido por la Galia con la intención de buscar tierras donde asentarse, pero la negligente actuación romana en sus primeros contactos con ellos, les llevaron a comenzar a saquear las tierras por donde pasaban, infligiendo varias derrotas especialmente duras a diferentes ejércitos romanos.

Para este momento de la historia, las legiones romanas se reclutaban entre los campesinos terratenientes. Estos ciudadanos romanos participaban del Estado, por lo que se entendía que tenían la obligación de defenderlo por las armas.

A finales del siglo II a.C. el sistema de leva entre la población estaba en crisis. Por un lado, los grandes terratenientes habían ido poco a poco adquiriendo más tierras en Italia, lo que había reducido sustancialmente el número de propietarios susceptibles de ser reclutados para el ejército.

Esto había llevado a que poco a poco se fuese reduciendo el mínimo de renta indispensable para formar parte de las legiones republicanas.

Por otro lado, las campañas militares se iban alejando cada vez más de la ciudad de Roma, por lo que ir a luchar en una guerra lejana empobrecía aún más a los pequeños propietarios, al obligárseles a permanecer durante largos periodos alejados de sus tierras de cultivo.

Entre los años 107 al 105 a.C. se produjo un cambio importante en el sistema de recluta. Este cambio se produjo por pura necesidad, demostrando la capacidad de adaptación de la república romana.

En el año 107, Cayo Mario fue destacado a las legiones del norte de África que estaban luchando contra Yugurta. Debido a las derrotas de los años anteriores, el senado autorizó únicamente a Mario para reclutar suficientes soldados como para completar las legiones allí destacadas, prohibiendo la formación de nuevas legiones.

Ante la falta de hombres válidos para el ejército, Mario decidió reclutar a sus soldados entre los ciudadanos sin tierras, es decir los proletarii o capite censi. Esto no era nada novedoso en sí. Ya en la guerra contra Aníbal se habían reclutado incluso legiones entre los esclavos ante la falta de hombres aptos para el servicio tras la gran derrota de Cannas.

Pero el verdadero cambio no se dio por el hecho de reclutar entre los no propietarios, sino por cómo estos nuevos reclutas formarían un nuevo tipo de legión.

los nuevos soldados de Roma

Hasta las reformas de Cayo Mario, las legiones romanas no eran más que milicias. El equipo y el adiestramiento eran responsabilidad de cada uno de los soldados del ejército, aunque en ocasiones, el Estado podía suministrar equipo y entrenamiento adicional.  

Como sociedad tradicional, los pequeños campesinos romanos tomaban conciencia desde muy jóvenes de la obligación de defender por las armas a la república.

Desde la infancia, los niños romanos se entrenaban en el arte de la esgrima, entrenados normalmente por sus propios padres o parientes cercanos. Este entrenamiento, unido al trabajo duro del campo, los convertía en soldados más que capaces a las órdenes de un general competente.

La panoplia de legionario era casi siempre una herencia familiar. El casco, las grebas para las piernas, el gladius y el scutum eran los elementos básicos que portaba todo soldado. La armadura, dependía de la riqueza de la familia, por lo que unos soldados llevarían cotas de malla, mientras que otros únicamente portarían un pneumotórax, una placa de bronce que les protegería las partes más sensibles del pecho.

Sería a partir de estos últimos años del siglo II a.C. cuando tanto el entrenamiento como el equipamiento de las tropas de combate cambiarían radicalmente.

Al comenzar a reclutarse a soldados entre las clases bajas, no se podía esperar que pudieran costear su equipamiento, ni que hubieran recibido un mínimo entrenamiento de combate y por supuesto, que lucharan en las legiones para defender al Estado, ya que aunque ciudadanos romanos, no podían participar realmente del Estado al no ser propietarios.

Mario afrontó la formación de nuevas legiones consciente de que los nuevos reclutas se convertirían en soldados profesionales, por lo que las legiones debían ser precisamente eso, el nuevo ejército de la república, una institución más del Estado.

Para ello decidió que era el propio Estado quien debía proporcionar el equipamiento a las legiones. Este equipamiento no sería gratis, sino que el soldado lo pagaría poco a poco con parte de su soldada.

Con esta medida se lograban dos cosas. Por un lado, la uniformidad. Todos los soldados vestirían por tanto prácticamente de la misma manera y portarían las mismas armas y armaduras.

Por otro lado, se lograría que el equipo se mantuviera en buen estado, ya que al tener que ir pagándolo poco a poco, los soldados se ocuparían de él para no tener que costearse equipo nuevo.

Desde este momento, todos los soldados vestirían igual. Todos llevarían cascos similares, una cota de malla, grebas, un gran escudo oval, un gladius y además dispondrían de al menos dos pila.

De esta manera, se eliminaban las diferenciaciones entre las diferentes filas de soldados, formadas según la edad y la riqueza de los ciudadanos. Desde este momento, todos los soldados de infantería serían iguales.

Las nuevas legiones

Hasta este momento de la historia de Roma, las legiones habían siempre formado y combatido en cuatro filas.

La primera, de infantería ligera, estaba formada por los vélites. Estos soldados estaban destinados a realizar los primeros contactos con el enemigo, con la intención de desorganizar sus filas lo máximo posible lanzando jabalinas y realizando pequeñas escaramuzas, pero sin llegar al combate cuerpo a cuerpo.

Las siguientes tres líneas las formaba la infantería pesada, dividida entre hastati, prínceps y triarii. Los dos primeros tipos de tropa estaban destinados al combate cuerpo a cuerpo, mientras que el tercero, se utilizaba sólo en caso de extrema necesidad sobre todo para cubrir la retirada del ejército.

Cada línea estaba dividida en 10 manípulos, que era la combinación de dos centurias formadas por 60 hombres cada una, por lo que habría 10 pequeñas unidades de 120 hombres luchando en una línea de 1200.

Este tipo de organización, aunque efectivo en el pasado, era demasiado estático, ya que al final, las legiones se dividían a grandes rasgos en tres grandes líneas, tres grandes unidades difíciles de maniobrar.

Las nuevas legiones seguirían utilizando esta división, pero de una manera mucho más efectiva. Para empezar, desapareció la infantería ligera. A partir de este momento, este papel lo realizarían tropas auxiliares, no soldados de la propia legión.

Los soldados se agruparían desde ahora en 10 cohortes. Cada cohorte contaría con tres manípulos, cada uno de 160 hombres, formado por dos centurias de 80 hombres. Los manípulos seguirían conservando la denominación de hastati, prínceps y triarii anterior, pero sólo de manera nominal.

Lo que se lograba con esto era formar una legión formada por diez mini legiones. De la misma manera que anteriormente una legión luchaba en tres líneas, así lo haría una cohorte, con la ventaja de que estas unidades de alrededor de 480 hombres eran mucho más flexibles y permitían a los generales romanos adaptar a su ejército a las necesidades particulares de cada combate.

Además de todo esto, se produjo un cambio importante en la logística del ejército que lo convirtió en mucho más independiente. Hasta entonces, las legiones recibían la mayoría del abastecimiento desde el propio territorio romano.

 Completando esto, los soldados podían acompañarse de esclavos propios, que les servían durante las campañas. A partir de las reformas marianas, cada legionario debería cargar con gran parte del equipo. Y no sólo eso, sino que debería ser casi independiente allí donde estuviera.

El suministro debería adquirirse en los territorios cercanos, los soldados debería cocinarse ellos mismos la comida y la presencia de esclavos personales en el campamento estaría prohibida.

Con este nuevo sistema logístico, se perdía un gran elemento de dependencia directa con el Estado, lo cual a la larga propiciaba un menor apego personal por la república.

Una nueva lealtad

Debemos entender que el cambio en el sistema de reclutamiento de los soldados romanos, de leva ciudadana obligatoria a reclutamiento voluntario sin requisitos fue un elemento clave en la historia de Roma.

Este gran cambio salvó y condenó a la República al mismo tiempo. Por un lado, la salvó porque permitió acceder a una reserva de mano de obra para las fuerzas armadas casi ilimitada, ya que la población de Italia en especial en aquel momento era muy abundante en comparación con la de territorios aledaños.

Pero por otro lado, condenó al sistema republicano a la desaparición ya que cambiaba la lealtad de los soldados. Desde ese momento el legionario no luchaba por su tierra, y en última medida, por el Estado, sino que luchaba por la paga y el posible botín.

Además, la lealtad ya no se ejercía hacia el Estado que se estaba protegiendo, sino que la lealtad se la debían a quien les había reclutado. Porque aquí estaba el gran cambio. Hasta este momento, sólo el Estado, mediante levas, era realmente capaz de levantar legiones en armas.

Sin embargo, ahora, cualquier hombre lo suficientemente rico y ambicioso podría reclutar y dirigir sus propias legiones, como bien harían personajes como Mario, Sila, Cinna, Catilina, Pompeyo, Julio César, Marco Antonio y César Augusto.

Las reformas que salvaron a la República romana también la condenaron a su desaparición.

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