La batalla de Pidna

Todos los imperios llegan a su fin. Casi siempre, el final de un imperio en decadencia llega a manos de otro imperio en expansión. Partiendo del pequeño reino de Macedonia, Alejandro Magno había conquistado el mundo conocido en apenas 7 años y había destruido al otrora invencible imperio Persa.

150 años después, el imperio de Alejandro, dividido en grandes reinos sucesores, seguía dominado gran parte del Mediterráneo oriental y de Asia.

Pero una nueva fuerza venida de occidente acabaría con ese dominio en el siguiente siglo. Y sería precisamente el propio reino de Macedonia, desde donde se comenzó la forja de ese gran imperio  helenístico, la primera pieza del puzle en caer.

Había llegado la hora de Roma.

Las guerras macedónicas

Como todo gran conflicto, el enfrentamiento entre Roma y Macedonia tiene sus antecedentes. En este caso, debemos buscar los orígenes del enfrentamiento entre estas dos potencias en la batalla de Cannas, donde Anibal destrozó a las legiones romanas.

Ésta fue sin duda una batalla perfecta, pero que tuvo como único resultado el permitir a Aníbal deambular por Italia durante los años siguientes, ya que el cartaginés no supo hacer valer su victoria en el contexto general de la guerra.

Aprovechando esta gran derrota romana, Filipo V de Macedonia puso sus ojos en occidente. Filipo envió embajadores no a Cartago, sino directamente al campamento de Anibal, ya que reconocía en él como el verdadero poder cartaginés en la guerra.

Desconocemos cuáles eran las verdaderas intenciones de Filipo. Quizás pretendía invadir Italia para recuperar para el bando helenístico las antiguas ciudades de la Magna Grecia, o quizás por el contrario pretendía simplemente echar a los romanos de su pequeña base en la costa de la actual Albania.

Lo único que sabemos con certeza, es que ésta fue la primera agresión de Macedonia contra Roma, y Roma no perdonaría esta afrenta. Mientras Roma hubo de ocuparse de Aníbal, simplemente trató de mantener a raya a los macedonios. Durante esta primera guerra macedónica, la república simplemente se preocupó de mantener en su territorio a Filipo, lo cual consiguió con un pequeño ejército y sobre todo, apoyando a sus aliados griegos. La paz se firmó en el año 205 a.C. Roma se quitó entonces de encima el problema macedonio, pero solamente por unos pocos años.

Cartago fue finalmente derrotada en el año 201 a.C. Roma, ya con las manos libres, se preparó para arreglar cuentas con Filipo de Macedonia. En el año 200 comenzaron de nuevo las hostilidades.

En este momento, Filipo pensaba que Roma, después de la costosísima guerra contra Cartago, querría tener un tiempo de paz, por lo que decidió que era el momento de expandir su reino. El rey macedonio se alió en este momento con el reino Seleúcida en contra de Egipto. De nuevo, los descendientes de Alejandro Magno volvían al campo de batalla.

Roma no desaprovechó el momento para buscar la confrontación con Macedonia. De manera civilizada, buscando un casus belli justo, envió una embajada al rey macedonio advirtiéndole de que no debía intervenir en Egipto. Filipo, que se sentía fuerte en este momento, decidió ignorar dicha advertencia.

El resultado fue catastrófico para él y para su reino. Roma invadió Macedonia y tras varias escaramuzas, finalmente se produjo una gran batalla campal. La batalla de Cinoscéfalos marcará sin duda un punto de inflexión en la historia de la guerra en la antigüedad. Ésta será la primera ocasión en la que se enfrenten de manera seria las falanges macedónicas contra las legiones republicanas.

Tito Quincio Flaminio, el cónsul al mando del ejército romano, vio perfectamente cuál sería el resultado antes de la batalla y así se lo hizo ver a sus tropas en la arenga previa al enfrentamiento:

Tras esta batalla, Roma y Macedonia firmaron la paz. En esta ocasión, Roma fue bastante generosa, ya que simplemente exigió a Filipo el pago de una pequeña cantidad de plata como compensación. Macedonia había sobrevivido a un segundo enfrentamiento con la republica romana.

La tercera guerra macedónica

Filipo V había muerto en el año 179 a.C. Su sucesor, Perseo, el último rey macedonio importante de la dinastía Antigónida, debía hacer valer su poder. Por ello, al poco de comenzar su reinado, emprendió diferentes campañas militares defensivas para asentarse en el trono y para asegurar las fronteras de su reino.

Para Roma, esta fue la excusa perfecta para declararle la guerra a Perseo y acabar de una vez por todas con Macedonia. Además, Roma no estaría sola. El rey Eumenes de Pérgamo, eterno aliado de Roma, se había presentado en la ciudad y ante el senado había pronunciado un discurso animando a los senadores a involucrarse en el Grecia.

Eumenes, conocedor del orgullo romano, miró a los senadores y les dijo:

O como se diría en el lenguaje actual: ahí a lo dejo.

El casus belli

No sabemos si realmente Perseo deseaba cruzar a Italia. Seguramente no. El rey macedonio solamente querría asegurar su poder en Grecia. Pero lo que convenció a Roma de que Perseo era peligroso fue un atentado que cometió contra el Eumenes, el rey de Pérgamo.

Aprovechando una visita del rey al santuario de Delfos, varios sicarios pagados por Perseo atacaron al Eumenes con piedras. Este atentado fallido, convenció a Roma de que había que pararle los pies a Perseo. En el año 171 a.C., finalmente el senado de Roma declaró a Perseo enemigo del pueblo romano. La maquinaria militar de la república volvió a ponerse en marcha.

La campaña

Roma se preparó a conciencia para esta campaña. Publio Licinio Craso, cónsul de ese año, reclutó un ejército consular clásico de dos legiones, pero debido a que se esperaba una campaña dura, estas unidades contaron desde un primer momento con un número de efectivos muy superior al que sería habitual.

Con sus fuerzas listas, los romanos cruzaron el Adriático y desembarcaron en la zona de Iliria. Desde allí, atravesaron las montañas del Épiro en dirección hacia la ciudad de Larisa, la capital de Tesalia. Aunque Perseo podría haber parado a los romanos durante su cruce de las montañas, decidió esperar a presentar batalla en lugar abierto.

Esta espera podría haber parecido un gran error, ya que Roma recibió refuerzos desde Pérgamo. Eumenes envió sus fuerzas a través del mar Egeo para reunirse con los romanos en Larisa. Además, una flota romana desembarcó cerca de Tebas, en el golfo de Corinto, lo que convenció a las ciudades griegas para ponerse del lado romano.

Con las fuerzas reunidas en Larisa, parecía que sería fácil encaminarse hacia el norte, buscar a Perseo, presentar batalla y acabar rápidamente la guerra. Y aunque este plan tenía sentido y estaba bien diseñado, los romanos sufrieron un gran revés.

En la batalla de Calínico, el ejército romano fue derrotado por las falanges macedónicas de Perseo.  No fue una derrota total, pero los romanos, como ya habían previsto, sufrieron muchas bajas.

Y en este momento podemos ver perfectamente como Macedonia era un poder antiguo y Roma un poder moderno. La mentalidad de ambos bandos era completamente diferente. Perseo, como buen general helenístico, esperaba después de la batalla poder firmar un tratado de paz. Eso sería lo lógico en el mundo del que él procedía.

Pero la perspectiva romana era muy diferente. En Roma, la guerra no es una cuestión de caballeros que se enfrentan en un duelo, para Roma, la guerra es una cuestión de Estado, donde dos potencias se enfrentan hasta que una aplasta completamente a la otra. Roma por lo tanto, no tenía la más mínima intención de rendirse.

Después de haberse retirado a sus bases en la costa adriática, Roma no realizó ningún gran movimiento en el año 170 a.C. El cónsul de aquel año, Aulo Hostilio Mancino, fue investigado por una comisión del senado para averiguar por qué no se decidía a atacar abiertamente a Perseo.

Tras un año perdido, en el año 169 a.C finalmente se reemprendieron las acciones militares de manera seria. En nuevo cónsul, Quinto Marcio Filipo decidió mover ficha. Tras atravesar nuevamente las montañas del Epiro en dirección a Tesalia, desde allí marchó hacia el norte en dirección hacia el corazón de Macedonia.

Perseo, temeroso de enfrentarse a Roma en este momento, se retiró en dirección a su capital. En este movimiento, Perseo incluso abandonó la ciudad de Dión, la capital religiosa del reino. Esto les indicó a los romanos que los macedonios comenzaban a estar agotados. Este era el momento perfecto para asestar el golpe decisivo y acabar con la guerra.

La última campaña

Tras tres largos años de guerra, Macedonia estaba en horas bajas, pero Roma, acostumbrada a este tipo de esfuerzos, se encontraba en una situación perfecta para acabar con su enemigo.

Aprovechando la situación de debilidad del año anterior, en el año 168 A.C finalmente Roma se decidió a dar el golde de gracia.

El encargado de acabar con Perseo sería el nuevo cónsul de ese año, Lucio Emilio Paulo.

El nuevo cónsul era muy diferente a los anteriores. Paulo tenía experiencia de mando, la cual había logrado en las campañas celtibéricas en Hispania. Además, logísticamente tiene una situación mucho más favorable a la de sus antecesores. Gracias a la retirada de Perseo del año anterior, Paulo no tuvo que cruzar las montañas del Epiro ni desembarcar cerca de Tebas, sino que tenía su base de operaciones directamente en Tesalia.

Desde allí, Paulo  marchó en dirección a Dion, la capital religiosa de Macedonia. La ciudad se encontraba cerca del monte Olimpo, el cual dejaba un pasillo estrecho entre el mar y la gran montaña. Allí les estaría esperando Perseo.

Al encontrarse con el camino bloqueado y al no disponer de una buena posición para el ataque, ya que los macedonios estaban refugiados detrás del río Elpeo, el cónsul romano decidió enviar un destacamento para que rodeara el monte Olimpo y sorprendiera a Perseo por la retaguardia.

Aunque los macedonios descubren la estratagema, Perseo entró en pánico y decidió retirarse a una posición más segura. Paulo había logrado su objetivo: evitar la posición poco ventajosa para su ejército para buscar un terreno más propicio para las tácticas romanas.

Tras este movimiento magistral, Paulo estaba en posición de presentar batalla y acabar con su enemigo. Sabedores de su situación táctica ventajosa, los generales de Paulo le presionaron para que lanzase el ataque lo antes posible, pero como general experimentado, Paulo les frenó y prefirió esperar a un momento más oportuno para lanzar el ataque.

Como en muchas otras batallas de la antigüedad, los cielos jugaron un papel importante. La noche anterior, tuvo lugar un eclipse de luna, el cual se interpretó de manera muy distinta en sendos campamentos. Aquella noche la luna se tiñó de rojo lo cual provocó en el campamento macedonio el pavor, ya que se entendía como un mal presagio de lo que iba a pasar.

En el campamento romano, sin embargo, Gayo Sulpicio Galo, uno de los oficiales de Paulo, había advertido a sus hombres de que se iba a producir ese eclipse. Les instruyó diciendo que los eclipses eran predecibles y que no tenían nada que ver con los dioses, por lo que no debían asustarse por lo que iban a contemplar.

Con una moral muy diferente, ambos ejércitos se encontrarían en el campo de batalla al día siguiente.

La batalla final

Aparentemente la batalla comenzó tras una pequeña escaramuza. Según nos cuenta Tito Livio, varios soldados romanos habían bajado al río a por agua. La mula que llevaban con ellos se escapó y uno tracios, desde la orilla opuesta, trataron de llevársela. Esto desembocó en una escaramuza, que llevó a ambos ejércitos finalmente a formar para la batalla.

Las fuerzas enfrentadas estaban igualadas. Los romanos contaban con alrededor de 37.000 soldados de infantería, entre los que destacaban unos 22.000 legionarios, tanto romanos como de los aliados italianos. Contaban también con 2.000 jinetes, incluyendo varios cientos de jinetes númidas enviados por el rey Masinissa de Numidia y con 22 elefantes de guerra, enviados también desde África.

Por su parte, Perseo contaba con 39.000 infantes, donde el núcleo lo formaba la falange macedónica, formada por 23.000 soldados, entre los que se encontraban los 2.000 guardias reales. Como era tradicional en los ejércitos macedonios, Perseo contaba con una potente caballería, formada por 4.000 jinetes procedentes de diferentes pueblos de la zona.

Con los ejércitos formados, los romanos se lanzaron al ataque. Cruzando el rio Aeson, que no era más que un arroyo en ese momento del año, chocaron contra la falange de Perseo. A pesar del ímpetu romano, el muro de picas macedonio resistió. Y no sólo eso, sino que poco a poco, los macedonios comenzaron a empujar a los romanos en dirección hacia el río.

Cuando la situación comenzaba a pintar mal para los romanos, la caballería y los elefantes hicieron su aparición. Atacando por el flanco derecho en dos oleadas, primero los elefantes de guerra númidas y a continuación la caballería itálica aliada, comenzaron a descomponer la línea macedónica.

Mientras tanto, en el frente principal los romanos comenzaban a aprovecharse de los huecos que dejaban las unidades macedonias. Buscando aquellos lugares donde había salientes de rocas, o arbustos que impedían formar correctamente a la falange, fueron poco a poco descomponiéndola.

Los macedonios combatieron valientemente, pero finalmente no pudieron resistir ante los romanos. La línea de batalla acabó por romperse, lo que provocó una gran matanza durante la retirada.

Las consecuencias de la derrota

La derrota de las fuerzas macedónicas supuso un verdadero desastre para Perseo. Aunque su ejército no fue aniquilado, sus tropas se dispersaron. El rey, en lugar de reagruparse, decidió huir al santuario de Samotracia, desde donde envió a un emisario a Paulo para intentar acordad un tratado de paz.

Pero los romanos no tenían intención de firmar ningún tratado con Perseo. Aquella guerra era para acabar con Macedonia de una vez por todas.

Roma envió barcos a Samotracia y finalmente capturaron al rey, el cual desfiló como cautivo en el desfile triunfal de Paulo en Roma.

La Macedonia de Alejandro había sido destruida para siempre.

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