Arbeit macht frei

Arbeit Macht Frei. El trabajo hace libre o El trabajo libera. Este escueto texto aparecía en las puertas de varios campos de concentración de la Alemania nazi.

Ésta podría parecer sólo otra broma macabra diseñada por las SS de Himmler para someter a los miles de prisioneros que atravesaban esas puertas en dirección a una muerte casi segura después de semanas de trabajo esclavo, penurias y malos tratos.

Pero nada más alejado de la realidad. Lo cierto es que no se trataba más que de seguir la tradición – o ser fieles a la cultura, como dirían los alemanes- más arraigada del luteranismo germano.

Se trataba de seguir las indicaciones dejadas por uno de los mayores antisemitas de la Historia: Martín Lutero

Lutero y el trabajo

La reforma de Lutero supuso sin duda una revolución en el corazón de Europa. El reformador tradujo la biblia al alemán. Pero no sólo hizo eso, sino que al mismo tiempo que la traducía, la interpretaba.

En esa traducción interpretativa, Lutero entiende que en las sagradas escrituras Dios establece que cada ser humano debe salir adelante con su propio trabajo, su propia profesión.

Al haber sido el hombre expulsado del paraíso, sólo el trabajo duro puede devolverle a él. Por lo tanto, el trabajo es un camino a Dios, no un castigo.

El trabajo, el único camino

Para la mayoría de la gente, el trabajo de algún tipo es la manera lógica y normal para ganarse la vida. Pero en Alemania en particular, no sólo es eso, sino que es algo casi sagrado.

Como hemos visto antes, el trabajo es una manera de llegar a Dios, pero según el propio Lutero, quien no trabaja para ganarse el pan debe ser castigado.

Esta visión de la vida, donde no existe más que un camino posible, sin excepciones, sin posibilidad de redención o sin posibilidad de volver al sendero recto también tiene su origen en la reforma protestante.

Lutero predicaba vehementemente contra aquellas personas que vivían sin trabajar o sin realizar trabajos considerados como legítimos a sus ojos.

Lutero prohibió la mendicidad. Aquellas personas pobres que vivían en la calle debían ser perseguidas y castigadas, ya que atentaban contra las enseñanzas divinas del trabajo.

También debían ser perseguidos los grupos sociales que no se dedicaban a trabajos legítimos, como los judíos, dedicados muchos de ellos al prestamismo y la banca y que no obtenían un beneficio de un trabajo manual directo o los gitanos, que tampoco desarrollaban trabajos de manera regular.

Ya en el siglo XVI se crearon instituciones penitenciarias para estos colectivos, las llamadas Arbeitshäuses o Casas de trabajo, donde siguiendo las enseñanzas de la reforma, debían ser reeducados a la vez que se les mantenía apartados de la sociedad.

La primera aparecerá en Amsterdam en 1590, seguida por dos más en los Países Bajos. La primera institución de este tipo en suelo de la actual Alemania abrirá sus puertas el 28 de enero de 1609 en Bremen. Le seguirán otras similares en Lübeck, Hamburgo y Gdansk, la antigua Danzig.

Un mensaje a las puertas

Que en los campos de concentración nazis apareciese un texto en la puerta no era algo novedoso. Los nazis sencillamente se habían limitado a reproducir lo que en siglos anteriores se había llevado a cabo por inspiración de las enseñanzas reformadas.

De la misma forma que en Sachsenhausen, Flossenburg, Dachau o Auschwitz encontramos el texto Arbeit Macht Frei o en Buchenwald el texto Jede das Seine –A cada cual lo suyo-, también cada una de las casas de trabajo de los siglos anteriores tenían su lema inscrito sobre su puerta.

En Leipzig, el lema que recibía a los condenados rezaba: Para encerrar a los deshonestos y proteger a aquellos que utilizan el buen entendimiento.

En otra instalación similar de Hamburgo se podía leer “Mediante el trabajo me alimento. Me expío mediante el trabajo”.

Trescientos años de separación existen entre ambos mensajes, los de la Alemania nazi y los de la recién reformada, pero la idea general se mantiene.

La culpa siempre es de los judíos

Los Estados alemanes habían sido ocupados en su mayoría por los ejércitos napoleónicos a principios del siglo XIX. Aunque sometidos políticamente al imperialismo francés, estos Estados se habían beneficiado del bloqueo continental, es decir, del cierre de los mercados europeos a los productos británicos.

Tras el final de la guerra, de nuevo las manufacturas británicas, mucho más baratas que las alemanas, volvieron a irrumpir con fuerza en el continente.

Esto provocó la inmediata pérdida de riqueza de artesanos y agricultores alemanes. De nuevo, se volvió a mirar a los judíos como causantes de la pobreza.

En 1815 el profesor de la Universidad de Berlín Friedrich Rühs publicó un panfleto de amplia difusión en contra de la integración de los judíos dentro de la legalidad del resto de la población, al entender que era un pueblo diferente al pueblo alemán.

El culto profesor pedía incluso que a los judíos, ya indistinguibles en ese momento del resto de la sociedad, se les debía identificar con una marca amarilla, al igual que en la Edad Media.

Otro ejemplo de este pensamiento lo encontramos en esta misma época en el filósofo Jakob Friedrich Fries, profesor en la prestigiosa Universidad de Heidelberg, quien definía a los judíos como unos “chupadores de sangre, una enfermedad del pueblo”.

Este pensador alemán también abogaba por la identificación de los judíos con alguna marca especial sobre su ropa. Todavía hoy puede encontrarse un busto del filósofo en un céntrico parque de la ciudad de Jena.

La nación alemana

El 17 de Octubre de 1817 tuvo lugar en Wartburg, en la región de Turingia, un gran evento fundacional del nacionalismo alemán.

Ese día se conmemoraba el cuarto aniversario de la batalla de las naciones, que en 1813 había conseguido derrotar a los ejércitos de Napoleón, pero también se celebraba el 300 aniversario del inicio de la Reforma, ya que en el castillo de esta localidad, Lutero había traducido la biblia al alemán.

Ese día, más de 500 estudiantes de al menos 14 universidades luteranas alemanas conmemoraron estas dos fechas.

Los estudiantes pedían la creación de un Estado alemán, que reuniera a todo el pueblo germano. Por primera vez se pudo ver ondeando la bandera negra roja y amarilla, la actual bandera nacional alemana.

El profesor Jakob Friedrich Fries fue uno de los presentes en esta gran festividad. Frente a los estudiantes pronunció un discurso donde alababa el papel de Lutero como unificador de la cultura alemana y animaba a separar del pueblo alemán –palabras textuales- a los elementos culturalmente extraños.

El historiador francés Étienne François ha descrito la fiesta de Wartburg como una mezcla entre una misa luterana con una manifestación política.

Como colofón a la fiesta, los estudiantes y profesores allí congregados quemaron en una gran pira obras científicas y literarias que se oponían a sus ideales.

1819

La noche del 9 de Noviembre de 1938 ardían por toda Alemania centenares de propiedades de los judíos. Sinagogas, comercios, viviendas.

Todo lo que les pertenecía fue saqueado y destruido. Esa noche también se detuvo a miles de judíos que fueron finalmente conducidos a campos de concentración.

Estos actos de barbarie nazi solamente encuentran un paralelo en la mentalidad popular en actos similares producidos durante la Edad Media. Pero eso es sólo en las creencias del público en general. En Alemania no era algo extraño ni antiguo.

El 2 de Agosto 1819 se produjo un acontecimiento muy similar al de 1938. Todo comenzó en la ciudad de Würzburg, donde ese día, como en la Edad Media, se atacaron los lugares de la comunidad judía.

Podría haber sido un hecho local, pero en los siguientes días y semanas se extendió por todos los territorios germánicos, incluyendo Austria y Dinamarca y llegando incluso a territorio polaco. Comercios, sinagogas y todo tipo de propiedades judías fueron atacadas y muchas destruidas.

La motivación en este momento no era el odio por la diferencia de los judíos, sino que la razón era la oposición frontal a que los judíos se integrasen legalmente dentro de la sociedad, algo que había propiciado la ocupación francesa unos años antes.

Alemania, Lutero y el antisemitismo

El 9 de noviembre de 1938 se produjo por toda Alemania la noche de los Cristales Rotos.

Esa noche, centenares de propiedades pertenecientes a judíos alemanes fueron saqueadas, destruidas o incendiadas. Muchas sinagogas ardieron y miles de judíos fueron conducidos a campos de concentración por el simple hecho de ser judíos.

Seis días después, el obispo luterano de Turingia Martin Sasse, promocionaba la reedición de un conocido panfleto antisemita que Lutero había publicado allá por 1543.

Con el título Von den Jüden und iren Lügen o Sobre los judíos y sus mentiras, el reformador alemán vertía toda su frustración sobre la comunidad judía que no había querido convertirse a su nueva fe.

Publicado en Wittenberg, este texto animaba abiertamente a la destrucción de los lugares sagrados judíos, a la quema de sus sinagogas y a la necesidad de obligarlos a trabajar de manera esclava, ya que hasta ese momento sus trabajos no habían sido legítimos.

Lutero declaraba en este texto que “todo el oro y las riquezas que poseen nos las han robado”. Y como colofón dejaba por escrito: “tenemos la culpa de no matarlos”.

Estas ideas, que ya tenían casi tres siglos de antigüedad en los años de los que estamos hablando, podrían parecer obsoletas y propias de otro tiempo, sacadas incluso de su contexto histórico.

Sin embargo, en la Alemania nazi, seguían más vivas que nunca. A la reedición antes mencionada de este texto por el obispo de Turingia, se le añadió un prólogo del puño y letra del ministro protestante con el título: “Martin Luther und die Juden – Weg mit ihnen!” –Martín Lutero y los judíos, ¡fuera con ellos!

El pastor decía textualmente lo siguiente:

“A 10 de Noviembre de 1938, en el cumpleaños de Lutero, arden las Sinagogas en Alemania. El pueblo alemán quebrará definitivamente el poder económico de los judíos en la nueva Alemania para que la bendita lucha del Führer por la definitiva liberación de nuestro pueblo sea culminada.

En esta hora la voz del hombre debe ser escuchada, de la misma manera que la del profeta que en el siglo XVI primero comenzó como amigo de los judíos, quien por la práctica de su conocimiento, por la práctica de su experiencia y de la verdad, se convirtió en el mayor antisemita de su tiempo, el advertidor de su pueblo contra los judíos”.

Se distribuyeron 100.000 ejemplares por todo el país.

Los nazis y Lutero

Podríamos argumentar que la comparación entre dos periodos históricos tan lejanos como el tiempo de Lutero y el periodo nacionalsocialista es un poco peregrina.

Que aunque existen paralelismos, estos dos periodos no están interconectados de ninguna manera. Sin embargo, los propios nazis hablarán abiertamente de la herencia luterana como justificación lógica y moral para sus actos.

En 1933, el año de la toma de poder de los nazis, se celebró en Alemania el 450 aniversario del nacimiento de Lutero.

Como cada año, se celebró el 21 de marzo de ese año el día de Potsdam. Ésta era una fiesta nacionalista tradicionalmente conservadora, donde lo más granado de la sociedad alemana se dirigía hasta la Iglesia de la Guarnición de Potsdam a rendir homenaje a Federico II el Grande de Prusia.

Ese día, Otto Dibelius, jefe de la iglesia evangélica, pronunció unas aclaradoras palabras durante el sermón de la misa que allí se estaba celebrando: “Aprendimos de Lutero que la iglesia no debe entrometerse en la violencia justificada del Estado, la cual éste está llamado a cometer”.

Millones de alemanes escucharon su sermón por la radio de aquel tiempo. Parecía que la visión luterana de la sociedad pasaba de la tradición luterana al nuevo nacionalsocialismo.

De ese esa misma época tenemos otros ejemplos de unión entre luteranismo y nacionalsocialismo, como la comparación que realizó el historiador eclesiástico Hans Preuß en un texto publicado en el periódico luterano ese mismo otoño haciendo una comparación directa entre Lutero y Hitler:

“Lutero comenzó su trabajo, esto es, la traducción de la Bilbia en (el castillo) de Wartburg. Hitler escribió Mi Lucha en la fortaleza de Landsberg. Ambos aman Alemania, están conectados con la tierra, ambos son enemigos de los rentistas y de los libros y luchan apasionadamente contra el judaísmo”.

Estos casos no eran aislados. La propaganda nazi se alió con la jerarquía luterana para justificar su visión política. Durante estos años, los textos de Lutero fueron profusamente reimpresos y distribuidos entre la población sobre todo los más radicales en contra de los judíos.

Una de las obras maestras de la propaganda cinematográfica nazi es la película de 1940 Jud Süss, “El dulce judío”. Basa en la historia real de un judío, Joseph Süss Oppenheimer, banquero y prestamista del siglo XVIII, quien se ganó el favor del duque de Wüttenberg y lo convirtió en su ministro de finanzas.

En esta película se utiliza las tesis de Lutero de que los males de la sociedad los causan los judíos y por tanto sus sinagogas y escuelas deben ser quemadas, sus libros prohibidos y la comunidad expulsada de Stuttgart, donde se centra la película.

La cinta está tan bien hecha que está censurada desde 1945. Solamente en espacios públicos controlados como en filmotecas o universidades es posible su reproducción y bajo previo permiso de las autoridades. 

Cuando durante los juicios de Núremberg se acusó a Julius Streicher, editor de la revista satírica Der Stürmer de propagar ideas antisemitas, el prominente nazi respondió ante los jueces y fiscales internacionales: “Ha habido prensa antisemita en Alemania durante siglos. Por ejemplo, un libro del Dr. Martín Lutero que se me ha confiscado. Seguramente el Dr. Martín Lutero se encontraría hoy en mi lugar en el lado de la defensa si ese libro se hubiera tomado en consideración por los acusadores. En ese libro Los judíos y sus mentiras, escribe que los judíos son hijos de serpientes, que sus sinagogas deben ser quemadas y ellos destruidos“.

El nazismo como culminación de lo alemán

Tras la Segunda Guerra Mundial, el exsecretario de Estado de Roosvelt, Henry Morgenthau, advertía en su libro Germany is our Problem de que el nazismo había sido la máxima expresión de lo alemán y que, si se permitía que Alemania sobreviviera como país después de la guerra, era muy probable que antes o después volviese cometer actos similares a los realizados durante el periodo nazi.

Según los datos aportados por la Biblioteca del Holocausto de Viena, alrededor de 100.000 personas fueron condenadas por los actos cometidos durante el periodo comprendido entre 1933 y 1945 en todos los países que pertenecieron al Tercer Reich.

Podría parecer una gran suma, pero si por ejemplo la comparamos con los 8.5 millones de miembros del Partido Nazi en 1945, supone el 1.17% del total.

Aunque también podemos comparar esta cifra con los miembros de las SS a finales del régimen, en torno a 1.5 millones. En este caso, y es sólo a modo de referencia, ya que los condenados pertenecían o no a las SS la cifra de condenados alcanzaría el 6,66%.

Un dato que da qué pensar.

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