Para los romanos, era algo comúnmente aceptado que todos los seres humanos tenían alma. Desde el emperador hasta el más bajo de los esclavos, poseían un cuerpo físico y un alma divina.
Las almas eran inmortales, pero no todas tenían acceso al Hades. Debían alimentarse, beber y lo más importante, tener una tumba, su casa en el mundo de los vivos, la cual sería la puerta desde la que podrían obtener todos los alimentos que necesitaran en su largo viaje por el inframundo de camino a los campos Elíseos.
Esta es la historia de los excluidos de ese más allá, de los que nunca alcanzarían el paraíso.
La morada del alma
“El rico se construye una casa, el sabio un mausoleo. Aquella es el habitáculo del cuerpo, pero ésta es la auténtica morada. Allí nos quedamos poco tiempo, pero aquí es donde habitamos”.
Los romanos amaban la vida y disfrutaban de ella, porque sabían perfectamente que ésta era corta. Los romanos también sabían, que la mayor parte de su existencia la pasarían en el mundo de los dioses. A diferencia de lo que ocurre en las religiones actuales, los romanos no creían que tras morir el alma iba a acceder al otro mundo de manera automática.
Para que el alma tuviera la oportunidad de descender al inframundo y comenzar su largo viaje hacia los Campos Elíseos, primero debería tener un hogar eterno, es decir una tumba.
En la mentalidad romana este punto estaba claro: los muertos correctamente enterrados podían acceder al inframundo, pero aquellos que no poseían un lugar de reposo eterno, estaban condenados a vagar por el mundo de los vivos en forma de fantasmas, que perturbarían la vida de los que seguían aquí.
Por esta razón, existen normas estrictas acerca de los enterramientos en Roma. Todo cuerpo debía recibir sepultura, ya fuera amigo o enemigo.
Tras una batalla, todos los cuerpos eran correctamente enterrados, bien directamente, o bien después de su cremación en grandes piras. Si algún cuerpo llegaba a una playa por debido a un naufragio, existía la obligación de enterrarlo correctamente.
En ocasiones, podía darse la circunstancia de que sólo se conservaban partes de un cuerpo o que existían varias tumbas para una misma persona que contenían partes de su cuerpo. En este caso, se consideraba que aquel lugar donde se encontrasen las partes más importantes del cadáver, sería la única tumba del difunto.


Para los romanos, la cabeza sería la parte más importante del cuerpo, así que el lugar de descanso de la misma sería siempre la tumba real de esa persona.
Este lugar de enterramiento, se convertiría por tanto en su casa para la eternidad. Es por esta razón, en que en muchas ocasiones las tumbas y los mausoleos tienen representaciones domésticas.
Allí también se entierran los objetos más queridos por los difuntos, ya que se creía que de esta manera les acompañarían en la otra vida.
Al igual que de una casa familiar se tratase, las tumbas solían acoger varios cuerpos relacionados entre sí. De la misma manera que varias personas habían convivido en este mundo, lo harían así en el otro.
Tumbas sagradas
En todas las ciudades romanas existían cementerios que se encontraban normalmente junto a los accesos de las ciudades, siempre fuera del recinto amurallado de las poblaciones. Aunque las tumbas siempre aparecen agrupadas, los romanos no tenían campos santos.
En la actualidad, nosotros creamos espacios sagrados donde se enterrarán los muertos. Para los romanos, esta idea no existía. El lugar sagrado era el suelo donde existía una tumba. Si no había ningún enterramiento, ese suelo no era sagrado.
La tumba, el lugar donde se depositan los restos del muerto, se convierte por tanto en una puerta desde donde los vivos pueden contactar con los muertos. Junto a los monumentos funerarios se realizan ofrendas y ritos religiosos que ayudan al difunto en su tránsito por la otra vida.


Y es aquí donde encontramos otra gran diferencia con la actualidad. Hoy en día, lo importante, lo sagrado incluso, son los restos del difunto. Para los romanos no. Para ellos, lo sagrado es el lugar donde reposan esos restos.
Las leyes romanas protegían los lugares de enterramiento, pero los restos humanos, ya fueran huesos o cenizas, no tenían ninguna protección legal. Los restos mortales hacían que el lugar fuera sagrado, pero los restos en si no lo eran.
El miedo a la destrucción de la tumba o incluso a la actuación de magos con partes de la misma o sobre las almas de los que allí reposaban, fue quizás la verdadera razón de que los romanos creasen espacios destinados al enterramiento, los cuales en muchas ocasiones tenían vigilancia.
El deber de los vivos
Otra de las razones por las que un alma se podía ver privada de su viaje al inframundo, condenándola a vagar por el mundo de los vivos eternamente, era un entierro negligente.
Si el funeral, la cremación del cuerpo o el enterramiento no se habían realizado de manera correcta, siguiendo las normas religiosas, el alma no podría acceder al Hades y comenzar su camino por el mundo de los muertos.
Las cremaciones mediante piras funerarias eran especialmente sensibles a este hecho. Una mala combustión del cadáver o que de repente se apagara el fuego por una tormenta fortuita o por otra causa era un muy mal presagio.
Otra manera de no poder acceder al Hades era si te devoraban las bestias. Si tu cuerpo no estaba completo debido al ataque de un animal, tu alma estaba condenada a convertirse en una larva o un lémur. Y esto era algo que los romanos se tomaban muy en serio.


En el año 38 a.C. entró en el campamento del general Marco Antonio en Brindisi uno o varios lobos. Tras una noche de ataques, a la mañana siguiente aparecieron varios soldados mutilados. Esta razón obligó al veterano general a levantar el campamento y a situarlo en otro lugar.
La muerte en el circo a manos de bestias salvajes tenía este fin. Este castigo no se aplicaba por un simple deseo morboso de los romanos de ver como a un reo se le descuartiza, sino que tiene un significado religioso.
Los condenados a muerte de esta manera, no solo recibían la peor ejecución posible, sino que de esta manera se condenaba a su alma a no poder acceder nunca al otro mundo.
Tumbas vacías
Como decía con antelación, para los romanos la tumba es el lugar más importante para sus muertos, no los restos del difunto en sí. Por esta razón, es muy común encontrar tumbas vacías, llamadas cenotafios. Estas tumbas sin restos mortales pueden tener dos finalidades.
La primera, es la de servir como simple monumento para recordar al difunto. En este caso, este cenotafio no tendría la consideración de elemento sagrado. Se podría destruir, modificar o vender de manera legal.


Pero existiría un segundo tipo de cenotafios, los llamados de necesidad. Cuando una persona moría en un país lejano, cuando había desaparecido y no se encontraba su cuerpo o cuando un soldado moría en combate y no se había podido recuperar sus restos, existía la posibilidad de construir una tumba para que su alma reposase.
En estos casos, los familiares trataban este monumento como una tumba de verdad. Depositaban allí ofrendas, realizaban sacrificios y cuidaban los alrededores con la intención de que el alma errante pudiese encontrar el camino hasta esa tumba y de esta manera encontrar algo de calma en su desdicha.
La mala muerte
La forma de morir era también importante en las posibilidades de un difunto de acceder al inframundo.
Las muertes violentas dificultaban, sino impedían, que el alma descendiera a los infiernos. Las ejecuciones violentas de los reos se realizaban por esta razón, con el objetivo de impedirles alcanzar la otra vida.
Pero no sólo los delincuentes tendrían vetado el acceso al hades. Cualquier persona muerta de manera violeta quedaría excluida del inframundo.
Los suicidas, las almas de las personas que morían en accidentes como el hundimiento de un barco o las personas asesinadas tendrían muy difícil acceder al Hades. Y no solo eso, sino que esa muerte violenta les darían una fuerza especial en el mundo de los vivos.


Existen multitud de relatos que nos narran como conocidos asesinos recibían la visita de las almas de sus víctimas, exigiéndoles justicia. A veces en visiones reales, pero la mayoría de veces en sueños, estas almas en pena aterrorizaban a los criminales hasta el punto de llegar a provocarles la locura.
los que se marchan antes de tiempo
La mortalidad infantil estaba a la orden del día. Se calcula que en Roma. Entre el 30% y el 50% de las muertes se producían en una edad temprana.
La muerte de niños y niñas era muy sentida por sus familiares. Existen multitud de tumbas con inscripciones que nos muestran el dolor por la pérdida de una vida a una edad tan temprana.


Las responsables de arrebatar la vida a tan corta edad eran las Parcas, tres hermanas hilanderas, a las cuales hasta los mismos dioses temían. Ellas eran las encargadas de decidir el destino de cada ser humano, cortando el hilo de la vida cuando lo consideraban oportuno.
Los niños y niñas que morían a una edad inmadura no tenían vedada la entrada al inframundo, sino todo lo contrario. Al considerárseles especialmente puros, estarían más cercanos a los dioses.
Pero esa pureza, haría que su alma estuviera en peligro. Precisamente debido a esa pureza especial, sus almas serían especialmente valiosas para todo tipo de hechizos y encantamientos, ya que les conferirían mayor poder.
El asalto a tumbas de menores era algo común por aquellos que deseaban realizar algún tipo de sortilegio. Y no solo eso, también era muy común el rapto de niños de para utilizarlos en todo tipo de rituales mágicos, una costumbre muy extendida en Roma, pero también en otras culturas y en otras épocas históricas.
Los retornados
Entrar en el inframundo no te aseguraba descansar en paz eternamente. Del Hades se podía retornar al mundo de los vivos para vagar como un alma errante por el resto de la eternidad.
Aquellos que perturbaban el descanso de los muertos lo hacían por dos motivos.
En ocasiones, por venganza, como cuando Sila ordenó desenterrar las cenizas de Cayo Mario para arrojarlas a un río, mientras que en otras era por el deseo de obtener el poder mágico que éstas otorgaban o incluso por simple negligencia, cuando los descendientes del difunto no realizaban los rituales de recuerdo del muerto de manera correcta ni a tiempo.
Como vemos, la existencia del alma era algo muy real para los romanos, almas a las que había que prestar una esmerada atención si no se deseaba que perturbaran la vida de los vivos.




