El Imperio Romano de Occidente había caído en el año 456. Ahora, casi 1000 años después, le tocaba el turno al Imperio Romano de Oriente.
Después de más de una decena de asedios fracasados, por fin, el sultán Mehmed II estaba a punto de lograr lo que tantos otros habían ansiado: tomar la ciudad de Constantino.
Parecía una empresa imposible, pero el día estaba a punto de llegar, un día que marcaría el final de una era de la Historia.
Bienvenidos a la Historia Jamás Contada.
Una guerra divina
A mediados del siglo XV la religión era un importante pilar de la vida. La ciencia estaba avanzando, pero las señales del cielo, las profecías y los desastres naturales jugaban un papel importante a la hora de comprender los sucesos del mundo, sobre todo de las clases más bajas.


La batalla por Constantinopla no iba a estar exenta de estas señales del cielo. Para los defensores, todos los signos y profecías tenían un cariz negativo. En el monasterio de San Jorge había un documento oracular dividido en recuadros. En cada recuadro se colocaba el nombre del emperador reinante y un pequeño retrato.
Este documento estaba completo, ya que Constantino XI había ocupado el último recuadro disponible. Además, la profecía decía que el primer y el último emperador se llamarían Constantino y sus respectivas madres, Helena. La madre tanto de Constantino I como de Constantino XI portaban ese nombre.
Otro mal presago llegó el día 24 de Mayo. Esa noche se produjo un eclipse de luna que provocó la visión de una luna creciente sobre la ciudad durante gran parte de la noche. Los cristianos lo interpretaron como un presagio de que había llegado la hora de los musulmanes, mientras que en el campamento turco se celebró esta visión de los cielos favorable a su causa.
Para tratar de contrarrestar estos malos augurios se organizó una procesión el 25 de Mayo. Constantinopla estaba consagrada a la Virgen María, así que se decidió sacar en procesión a la Odighitria, el icono de la Virgen más sagrado de la ciudad, que se decía que había sido pintado por San Lucas el evangelista.
La procesión comenzó normalmente, con los sacerdotes siguiendo la imagen y la población detrás, rezando e implorando la ayuda de María. En medio de la procesión, ocurrió el desastre. Sin saber muy bien cómo, la imagen cayó al suelo y quedó incrustada en el barro. Aunque trataban de levantarla, tardaron bastantes minutos en poder ponerla de nuevo en pie. Era un pésimo presagio de lo que estaba por llegar.
Para reforzar el pesimismo de los defensores, la noche del 26 de Mayo llovió fuego del cielo. Los ciudadanos de Constantinopla lo interpretaron como un castigo divino por sus pecados. Esta narración puede parecernos fantástica, pero sabemos que unos días antes había hecho erupción el volcán Krakatoa en Indonesia, despidiendo millones de toneladas de ceniza a la atmósfera. Este material provocó por todo el mundo las conocidas como luces de San Telmo, descargas de electricidad provocadas por los polvos volcánicos en suspensión.
Sin duda los cielos parecían vaticinar lo que estaba a punto de llegar.
Se acerca el final
Las fuerzas de Mehmed empezaban a estar agotadas. Aunque la retirada de la ciudad siempre era una opción, el sultán prefería jugar primero todas sus cartas.
El día 25 de Mayo de 1453 Mehmed envió un emisario a Constantinopla con una oferta de paz:
“Hombres de Grecia, vuestro destino está sobre el filo de la navaja. ¿Por qué no enviáis un embajador para que discuta los términos de la paz con el sultán? Si me confiáis a mi esa misión, me encargaré de que os ofrezca sus términos. De lo contrario, vuestra ciudad será arrasada, vuestras esposas y vuestros hijos vendidos como esclavos y perecerá hasta el último de vuestros hombres”.
El emperador envió a un noble de bajo rango a hablar con Mehmed. La oferta del sultán suponía la rendición: Constantinopla podía pagar 100.000 besantes al año o bien todos los habitantes podían abandonar la ciudad con todas sus posesiones.
Constantinopla no estaba en posición de pagar esa cantidad y abandonar la ciudad no entraba de ningún modo en los planes del Emperador. Constantino se lo dejó claro a Mehmed en su respuesta:
“Impón un tributo anual tan grande como quieras, luego acuerda un tratado de paz y retírate, pues no sabes si conseguirás la victoria o tendrás una decepción. No está en mi mano, ni en la de ningún ciudadano, entregarte esta ciudad. Es nuestra decisión unánime morir por ella antes que perderla para salvar la vida.”
El 26 de Mayo Mehmed se encontraba en una encrucijada. ¿Debía lanzar un asalto total con sus tropas o debía retirarse?
Ese día el sultán convocó un consejo en su tienda para tomar una decisión. Por un lado, el Gran Visir Jalil Pachá abogó por la paz, argumentando que el poder de Mehmed ya era enorme y que realmente no necesitaba tomar Constantinopla.


El general Zaganos Pachá, un griego renegado, se opuso frontalmente. El militar apostó un por un gran asalto, argumentando que nadie en occidente enviaría ayuda y que los defensores estaban completamente agotados y bajos de moral.
Después de un acalorado debate, ésta fue la decisión que prevaleció. En los próximos días Mehmed se lo jugaría todo a una carta: tomar la ciudad o bien ser derrotado frente a ella.
El plan maestro
Mehmed sabía que debía ofrecer alguna recompensa a sus cansadas tropas. El sultán, muy a su pesar, prometió tres días de saqueo a sus soldados. La imagen mental que tenían los turcos de Constantinopla era la de una ciudad cubierta de oro, donde las riquezas de casas, palacios e iglesias eran interminables.
Además, Mehmed prometió ascensos y todo tipo de privilegios a los soldados más valientes. Los guerreros turcos sabían perfectamente que el valor en combate era ampliamente recompensado por sus señores. El sultán disponía incluso de un grupo de mensajeros especiales, lo cuales se mezclaban entre las tropas e informaban directamente al sultán de cualquier acto de valor o de cobardía.
Con la férrea voluntad de tomar Constantinopla, el ataque se programó para el día 29 de Mayo de 1453.
El plan era sencillo, someter a las murallas a un intenso bombardeo durante el día 28, abrir brechas en las defensas y seguidamente lanzar un asalto total sobre la ciudad. Además, la marina debería rodear Constantinopla, amenazando con un desembarco, fijando así a los defensores de esos sectores y evitando que pudiesen ayudar a los combatientes de la muralla terrestre.
Esta era una jugada de todo o nada. El premio era tomar Constantinopla y pasar a la historia.
El último ataque
El día comenzó de manera muy desafortunada para los defensores cristianos. Giovanni Giustinianni, el genovés al mando de la defensa, recibió el impacto de una esquirla de una bala de cañón. La piedra atravesó su coraza y le hirió gravemente. Constantinopla había perdido quizás al hombre más valioso en el momento más inoportuno.
A media tarde de ese día, las tropas turcas se desplegaron frente a la ciudad. De manera ordenada, portando cada unidad su estandarte, cubrieron todo el espacio de las murallas terrestres. Al mismo tiempo, la marina turca salía de sus puertos y tomaba posiciones alrededor de las murallas marítimas.


Casi a modo de despedida, la población de Constantinopla se reunió por última vez en Santa Sofía para una misa. La gran iglesia de Justiniano había permanecido vacía desde la ceremonia de unión en 1452. Por última vez, tanto católicos como ortodoxos rezaron juntos.
El 29 de Mayo a la 1:30 de la madrugada comenzó el asalto final. Mehmed salió de su tienda, vestido con una camisa bordada con el nombre de Dios y con plegarias, confiando en que le protegería. Montó en su caballo y se dirigió a mandar a sus tropas.
El asalto se concentraría en tres puntos. El primero al norte, junto al Palacio de Blanquernas, donde sólo había una línea de muralla. El segundo, en el valle del Lico, donde las defensas habían sufrido lo más duro del bombardeo. Y El tercero, al sur, en la zona de la Puerta de San Romano.
El primer asalto lo realizarían los azarps tropas poco preparadas, y los vasallos cristianos de Europa Oriental. El objetivo era cansar a los defensores antes de lanzar a sus mejores fuerzas al ataque.
Para asegurarse de que estas tropas irregulares cumplían con su cometido, Mehmed desplegó a su policía militar, armadas con garrotes y látigos, para evitar que se retiraran. Además, en segunda línea estaban los jenízaros, preparados para acabar con cualquier atacante que se retirase antes de hora.
Tras dos largas horas, el sultán decidió finalmente retirar a sus tropas. Habían logrado su objetivo: cansar a los defensores. Se produjo en este momento un pequeño momento de calma. Los defensores se apresuraron a reparar aquellos lugares más importantes mientras los turcos se retiraban. Algunos llegaron a pensar incluso que habían vencido la batalla.
El siguiente movimiento de Mehmed fue mucho más serio. En el sector sur de la muralla, junto a la puerta de San Romano, el sultán reunió a varios miles de sus mejores hombres, perfectamente disciplinados y armados, para un asalto frontal.
Esta fuerza de choque avanzó en formación cerrada hacia la muralla, que en su mayor parte era una empalizada que se había levantado para reparar las destruidas defensas. Durante más de una hora, los asaltantes cargaban oleada tras oleada, mientras uno de los grandes cañones seguía disparando.
De manera fortuita, uno de los disparos impactó de frente sobre la empalizada y abrió una brecha, por donde entraron 300 asaltantes. Por primera vez, los turcos ponían el pie en el espacio entre las dos murallas.
Este asalto sin embargo resultó fallido, ya que en el espacio entre las murallas había poco espacio para maniobrar. Allí los defensores acabaron con todos los asaltantes. Una vez más, el asalto había fracasado.
Simultáneamente al ataque del sultán, se producían otros asaltos. En toda la muralla marítima se produjo un ataque anfibio de la flota turca. Debido a que las mejores tropas habían sido destinadas al ataque terrestre, la marina no logró penetrar en ningún punto de la ciudad.
El norte de la muralla, junto al palacio de Blanquernas, el asalto también fracasó. Los defensores italianos de este sector incluso realizaron salidas de la ciudad para desbaratar el ataque turco.
A las 6 de la mañana, cuando el día comenzaba a despuntar, Mehmed sintió que se acercaba la derrota. Solamente disponía de 5.000 soldados de refresco, pero eran los mejores de su ejército. La guardia de palacio estaba formada por soldados valientes, bien entrenados y perfectamente equipados. Era la última posibilidad del sultán.
Los valientes soldados se lanzaron contra la empalizada. Desde las defensas les llovieron todo tipo de proyectiles, pero los soldados del sultán siguieron avanzando a pesar de las fuertes pérdidas. Durante casi una hora, la lucha entre los defensores y estas tropas de élite fue enconada. Ningún bando retrocedía ni cedía un centímetro de terreno, pero tras este tiempo, los atacantes parecía que perdían ímpetu.
En ese momento, El emperador Constantino y Giustiniani, que todavía estaba convaleciente de la herida del día anterior, animaron a las tropas, pensando que la victoria estaba a su alcance.


Pero el destino les jugaría una mala pasada. 600 metros más al norte, junto al palacio de Blanquernas, el desastre finalmente se hizo realidad. Los defensores italianos habían estado utilizando una portezuela para realizar salidas y desbaratar los ataques de los turcos.
Seguramente uno de los defensores olvidó cerrar la puerta y los turcos se dieron cuenta. Por la puerta comenzaron a entrar atacantes, los cuales rápidamente se hicieron con el control de esa sección de muralla y comenzaron a colocar banderas turcas sobre las defensas.
Al mismo tiempo, en el sector principal, Giustiniani finalmente cayó herido de gravedad y murió. La muerte del comandante provocó un fuerte impacto psicológico en los defensores. El sultán, viendo que dudaban, lanzó un nuevo ataque frontal. Esta vez, los turcos tomaron la empalizada y comenzaron a entrar en el espacio entre las dos murallas.
En pocos minutos, miles de turcos entraron en las defensas de la ciudad. En este momento cundió el pánico entre los defensores, que trataron de refugiarse dentro de Constantinopla.
Es en este momento,. Al alba del día 29 de Mayo de 1453, cuando el Emperador Constantino XI entraría en la leyenda. No se sabe exactamente lo que ocurrió en realidad con el Emperador. Según narran algunas crónicas, Constantino se arrancó las enseñas imperiales de su armadura y se lanzó contra los turcos en una carga desesperada, encontrando allí la muerte.


Su cuerpo desapareció para siempre entre los montones de cadáveres que se amontonaban frente a las puertas de la ciudad.
Los turcos habían logrado lo que parecía imposible. Después de 6 semanas de durísimo asedio, finalmente habían puesto el pie en la ciudad de Constantino. Mehmed II pasaría desde ese momento a ser conocido como Mehmed el Conquistador.




