En el año 451 de nuestra era faltaban únicamente veinticinco años para la caída final del Imperio Romano de Occidente y la deposición de su último emperador, Rómulo Augústulo.
Sería por tanto lógico pensar que el Imperio, a pesar de su dilatada historia, no estaría en disposición de afrontar ningún tipo de amenaza importante que le llegara del exterior. Sin embargo, Roma estaba atravesando una grave crisis, pero seguía siendo la mayor potencia del Mediterráneo, con todo lo que ello implica. Y lo demostró por última vez este año del 451.
Al mando del Comandante en jefe de los ejércitos de occidente, Flavio Aecio, el ejército imperial paró los pies en la batalla de los Campos Cataláunicos al ejército invasor de Atila, rey de los Hunos.
Las fuerzas enfrentadas
Roma ya no era la potencia militar imparable que había sido solamente unas décadas previas al enfrentamiento con los Hunos en 451. Pero tampoco estaba desarmada.
El mayor problema de Roma no era la calidad de sus soldados, que seguía siendo excepcionalmente alta, sino el número de estos. Décadas de invasiones bárbaras y guerras civiles habían dejado agotadas económicamente las arcas imperiales. Si no había dinero, tampoco había soldados.
Se calcula que de los alrededor de 300.000 soldados de que disponía occidente en el año 395, en 451 sólo podía pagar en torno a 90.000.


Roma por tanto había reducido su capacidad militar por debajo de un tercio de la original y eso provocaba que no pudiese defenderse como antaño. Al frente de las fuerzas romanas se encontraba el magister militum Flavio Aecio. Como comandante supremo, Aecio sabía que no podía disponer de todas las tropas de Roma para enfrentarse a Atila, ya que sería peligroso desguarnecer toda la frontera.
Según las fuentes, Aecio habría decidido utilizar únicamente a 15.000 soldados del ejército imperial, dejando a más de 20.000 en Italia ante la posible invasión de los Hunos de la península.
De estos 15.000, 5.000 serían infantería pesada, unos 6.000 infantería ligera y arqueros y unos 4.000 soldados de caballería, entre los que se encontrarían un máximo de 1.000 bucelarios, caballería pesada catafracta. Aecio sabía perfectamente que no podía frenar a Atila con estas fuerzas, por lo que reclamó la presencia de varios pueblos federados de Roma.
Los dos contingentes más importantes los aportaron los visigodos y los alanos.
Los visigodos habían establecido un reino en Tolosa unos años antes, lo que les permitía disponer de un gran ejército, no solo de visigodos, sino de sus nuevos señores vasallos. Según los datos de que disponemos, los visigodos no aportaron a todas sus fuerzas disponibles, sino que contribuyeron con 15.000 hombres, entre los que solamente se contaría con alrededor de 1.500 jinetes y un número similar de infantería pesada.
El resto serían guerreros llamados a filas entre el campesinado bárbaro. Los alanos por su parte contribuyeron con alrededor de 10.000 soldados. Aunque menores en número que los visigodos, sus fuerzas eran de mejor calidad.
Unos 4.500 soldados alanos iban a caballo y de éstos, alrededor de 1.500 formaban unidades de excelente caballería pesada. Por último los burgundios contribuyeron con 5.000 hombres a la causa romana, lo que suponía el contingente más reducido de las fuerzas imperiales.
Sumando todas sus fuerzas, Aecio contaría por tanto con alrededor de 45.000 efectivos para esta campaña.
Por lo que respecta al ejército de Atila, los mitos que han llegado hasta nosotros, fruto del terror que produjeron estas hordas esteparias en los pueblos que conquistaron, no nos acercan precisamente a la realidad.
Habremos escuchado muchas veces la frase por donde pisaba Atila no volvía a crecer la hierba. Y esto seguramente era cierto, pero no por su gran horda, sino por el gran rebaño de caballos que acompañaba a sus soldados. Gracias al análisis histórico podemos calcular que Atila llevaría consigo a la campaña contra las Galias a alrededor de 15.000 guerreros.


La mayoría serían jinetes ligeros, cuya mayor baza era la de contar con hasta 10 caballos cada uno, lo cual les permitiría siempre disponer de animales de refresco durante la batalla. Al igual que le ocurría al general Aecio, la mayoría de las fuerzas de Atila no eran hunas, sino que las aportaban los diferentes pueblos sometidos por el Imperio Huno.
El contingente más numeroso los proporcionaron los reyes ostrogodos, quienes aportarían entre 10.000 y 15.000 guerreros. Tan numerosos como éstos o casi eran los gépidos quienes aportarían una cifra similar a las fuerzas de Atila.
A esta gran fuerza se sumaron contingentes de varios pueblos sármatas y germanos, por lo que la suma total de las fuerzas que Atila condujo contra el Imperio Romano de Occidente debía rondar los 60.000 efectivos. Las fuerzas eran muy heterogéneas. Los hunos proporcionarían caballería ligera en su mayor parte, mientras que las tribus sármatas lo harían de caballería pesada de choque.
Los germanos por su parte, contribuyeron con algo de caballería pesada, apta para el combate pero no para la carga directa y sobre todo, con miles de soldados de infantería ligera.
El ejército del rey huno por tanto dispondría de más del doble de caballería que su oponente y le superaría ligeramente en infantería.
El plan de Aecio
El rey Atila tenía a su disposición un gigantesco ejército de 60.000 hombres para enfrentarse a las fuerzas del Imperio Romano de Occidente.
Y deberían de haber sido más que suficientes para aplastar a las dispersas fuerzas romanas de la época, pero Atila no contaba que enfrente tenía a un magnífico estratega. Atila además tenía otro gran problema.
Cuando pensamos en un ejército, solemos imaginarlo el día de la batalla. Pensamos en sus fortalezas y desventajas justo el día del enfrentamiento. Pero a los soldados hay que llevarlos hasta allí y eso no es fácil.
Atila debía desplazar a una inmensa fuerza con un sistema de intendencia pobre por no decir nulo. Además, decidió emprender la marcha desde sus base a finales de Marzo, confiando en que al atacar al inicio de la primavera y no en verano pillaría por sorpresa a los romanos.
Esto suponía un grandísimo problema para sus fuerzas. Los caballos hunos no estaban estabulados, por lo que el invierno a la intemperie siempre los dejaba muy debilitados. Además, los campos por los que pasaría no habrían sido ni siquiera sembrados, por lo que no podía confiar en encontrar suministros más que en grandes ciudades enemigas, las cuales debía tomar primero.


Desconocemos cómo, pero Aecio sabía del plan de Atila, así que se adelantó a sus movimientos. El patricio había pensado permitir que Atila entrase en territorio romano. Le permitiría cruzar el limes hasta el corazón de la Galia, donde acabaría con sus fuerzas.
El lugar escogido: Aurelianorum, la actual Orleans. Esta ciudad, situada a orillas del río Loira, era el paso natural del río desde el norte de la Galia hacia el corazón de la región. Si el objetivo era la Galia, Atila pasaría por allí obligatoriamente.
El plan era sencillo, permitir que Atila llegase a la ciudad y mientras estuviese asediándola, el general romano aparecería con sus fuerzas para aniquilar al invasor.
El plan se puso en marcha ya en marzo. Sabemos por las fuentes que Flavio Aecio se entrevistó con san Aniano, diácono de Aurelianorum, para planear la batalla. La reunión se produjo en Arelate, la actual Arlés. El magister militum le ordenó al clérigo que preparase las defensas de la ciudad y que bajo ningún concepto se rindiera ante el invasor.
Ahora sólo hacía falta que Atila cayese en la trampa.
Flavio Aecio
Permitidme hacer un pequeño paréntesis para explicar quién era Aecio. Como muchos de los altos cargos imperiales de la época, procedía de las provincias balcánicas. Se cree que nació en la década de los 90 del siglo IV en la provincia de Moesia Inferior, en la frontera entre las actuales Rumanía y Bulgaria.
Su padre Gaudencio, militar antes que él, había ostentado varios cargos militares en Oriente, por lo que Aecio se crio en un ambiente rodeado de generales, nobles y altos clérigos. Como joven de la corte de Rávena, sería utilizado, al igual que otros de su clase, como rehén en tratos con los pueblos bárbaros, con la intención de mantener los tratados firmados con estos.
Flavio Aecio fue rehén en dos ocasiones. Primero del godo Alarico y después de Atila el Huno.
Durante estas estancias en territorio enemigo, Aecio aprendió mucho de godos y hunos y no solo eso, sino que fraguó amistad con ellos, lo que le permitirá, cuando ostente diferentes mandos militares en Occidente, utilizar sobre todo a los hunos como aliados en diferentes ocasiones.
Flavio Aecio desempeñó diferentes cargos militares, entre ellos el de Magister Equitum per Gallias, comandante supremo de las tropas imperiales en la Galia, lo cual le hacía perfecto conocedor de las posibilidades de defensa de esta parte del Imperio. En el momento del enfrentamiento con Atila, Aecio ostentaba el cargo de comandante supremo de Occidente. Tenía la experiencia, la posición y los medios para pararles los pies a las tribus de Atila.
La batalla de Aurelianorum
Durante más de un mes Atila y sus huestes habían arrasado todo a su paso desde la frontera norte de la Galia hasta su mismo corazón.
Ciudad tras ciudad cayeron bajo las garras de las hordas invasoras. Ciudades como Treveris la actual Trier o Durocortorum, la actual Reims, no pudieron resistir ante las torres de asedio.
Atila estaba confiado. Después de cruzar el Sena, Aurelianorum era el último escollo que tenía hasta llegar a la parte más rica de la Galia. Allí, sus cansados hombres y caballos podrían recuperarse y aprovisionarse, ya que tantas semanas de campaña a finales del infierno y principios de la primavera les había dejado exhaustos.
Atila llegó frente a las reforzadas murallas de Orleans a mediados de Mayo. Otras ciudades romanas habían caído como mucho en pocas semanas, así que esperaba que ésta no fuera diferente.


Las defensas de la ciudad se habían reforzado y además, los ciudadanos habían excavado trincheras y terraplenes alrededor de la urbe. Las fuerzas invasoras tuvieron que esforzarse en atravesar todas las defensas de la ciudad, pero tras semanas de duros combates, finalmente los arietes abrieron brecha en las murallas.
El 14 de junio las fuerzas bárbaras entraban en la ciudad y comenzaba el saqueo. Atila, pensaba que tenía la victoria en su mano, pero había caído de lleno en la trampa del general romano.
Aecio había partido de Arelate el 20 de Mayo al frente de sus tropas. El general, al mando de parte de su ejército, subió siguiendo el curso del río Ródano hasta Lugdunum. Por el camino se le fueron uniendo diferentes unidades que estaban acantonadas en esta frontera natural.
Desde allí aprovechando la calzada romana, cruzó hacia el valle del Loira, en la zona de la actual Clermont-Ferrand. Sería aquí donde se reuniría con sus aliados Visigodos, que venían desde Tolosa. Una vez reunido todo el ejército, alrededor de 45.000 soldados, marcharon hacia Orleans.
La sorpresa de Atila fue mayúscula. Cuando pensaba que la Galia ya estaba en sus manos, aparecía un gigantesco ejército para pararle los pies. Y además, en el peor momento posible, cuando sus hombres estaban dispersos por toda la ciudad saqueando.
El golpe fue muy duro para el rey Atila, pero no decisivo. Los hunos lograron retirarse después de sufrir numerosas pérdidas. Tomaron el camino del norte, intentando escapar de las fuerzas romanas, pero Aecio no tenía intención de dejarles marchas tan fácilmente.
Fueron varios días de persecución, donde los romanos nunca dejaron de seguir a su presa. Atila, agotado y viendo que no podía escapar, se dio cuenta de que debía presentar batalla. Todo se decidiría el día 20 de junio del año 451.
Los Campos Catalaunicos
No sabemos exactamente dónde se produjo el enfrentamiento final entre romanos y hunos. Próspero de Aquitania nos da el dato más preciso: a cinco millas de Troyes, en el campo Mauriacus.
Por las fuentes de la época sabemos más o menos cómo era el campo de batalla. Se trataba de una llanura con un solo elemento distintivo, una colina que se encontraba en el flanco izquierdo del ejército romano.
Este hito geográfico sería una de las dos claves de la victoria romana. El otro, sería el ataque nocturno que realizaron los Francos Salios contra los aliados Gépidos de Atila. El combate dejó muy tocada la moral bárbara, lo cual influyó en la respuesta de Atila.
Lo normal es que, antes de una batalla, el ejército huno se desplegara en el campo de batalla de madrugada, justo antes del alba, pero en esta ocasión, Atila retrasó el despliegue. Sus chamanes no le auguraban nada bueno, pero no tenía nada que hacer. No podía seguir huyendo. Sería mejor presentar batalla lo antes posible.
Este tiempo de duda permitió que Aecio desplegara primero sus tropas, permitiéndole así hacerse con la colina que vigilaba el campo de batalla.
Las fuerzas romanas se desplegaron cada una siguiendo a sus líderes. Aecio lo hizo tras la colina, mientras que los Alanos ocuparían el centro y los visigodos el flanco derecho.
Atila por su parte también separó a sus diferentes aliados. En su flanco derecho situó a los Gépidos, guiados por su rey Ardarico. Estas fuerzas de infantería, reforzadas por otras tribus menores, habían sufrido bastante durante el ataque nocturno, por lo que no eran la mejor baza de Atila.
En el centro de la formación se situaría el propio Atila al mando de sus tropas hunas y las de varias tribus prototurcas sometidas por ellos. Y en el flanco izquierdo, desplegarían las fuerzas ostrogodas del rey Valamiro.


Aecio contaría para la batalla con alrededor de 52.000 soldados, algunos más de con los que comenzó la campaña, al habérsele unido unidades de la zona de la Armórica. Por el contrario, Atila dispondría para la batalla de alrededor de 50.000 efectivos, ya que habría perdido a un importante contingente en la batalla de Aurelianorum días atrás.
La batalla comenzó alrededor de las tres de la tarde, después de que Atila finalmente se decidiera a combatir y a pesar de los malos augurios de sus chamanes. Aecio tomó la iniciativa. A paso de marcha, las tropas romanas subieron a lo alto de la colina y se hicieron fuertes allí.
Las tropas gépidas asaltaron la colina, tratando de desalojar a los romanos y a sus aliados Francos, pero la infanterías ligera bárbara no tenía nada que hacer contra los veteranos infantes pesados romanos.
Tras estos primeros combates, Atila se puso en marcha. El rey huno condujo a sus hombres en contra de las tropas del rey de los Alanos, mientras que los ostrogodos cargaban contra sus hermanos visigodos en el otro flanco.
Durante cuatro horas el combate fue encarnizado. Al mismo tiempo que se producían estos grandes combates, los gépidos trataron de nuevo de tomar la colina ocupada por los romanos, siendo rechazados nuevamente.
Los romanos vencían en el flanco izquierdo y aguantaban en el derecho, pero en centro poco a poco iba retrocediendo ante la presión de los guerreros hunos.
Y aquí se produjo el momento álgido de la batalla. Atila, viendo que el flanco de los visigodos quedaba desprotegido ante su avance decidió atacar en aquella dirección. Pero Aecio, también se dio cuenta de lo decisivo del momento, así que ordenó cargar colina abajo contra los gépidos, quienes rápidamente huyeron, dejando el flanco y la retaguardia huna al descubierto.
Ante el avance romano, el frente huno entró en pánico. El rey Atila, viendo el peligró, dio media vuelta y comenzó a retirarse, lo que provocó que sus guerreros hicieran lo propio.
Comenzó así una matanza que se convirtió en un verdadero caos debido a la caída de la noche. Atila y varios miles de sus soldados salvaron la vida gracias a este factor determinante. Roma había vencido de nuevo, pero había dejado escapar a Atila. La victoria fue un trago agridulce para Flavio Aecio.





