La caída de Constantinopla 1/8 Mehmed el conquistador

Mehmed el Conquistador

Las grandes hazañas casi siempre las llevan a cabo  grandes protagonistas. Estos actores de la Historia acaban en posiciones que ellos mismos han buscado, pero en otras ocasiones sin buscarlo, se encuentran en grandes encrucijadas, donde acaban dando lo mejor de ellos mismos.

Esta no es solo la historia de dos grandes pueblos. Por un lado, el romano, que llega a su final, y por otro el turco otomano, que está en auge. Esta es también la historia de dos grandes líderes, Constantino XI, el último emperador romano y Mehmed II el Conquistador, el sultán que pasará a la historia por tomar la gran ciudad de Constantinopla.

El sultán inesperado

La vida de Mehmed no fue fácil. Cuando se piensa en grandes gobernantes, muchas veces nos imaginamos ricos palacios, una vida de lujo y una infancia segura llena de abundancia. La corte otomana, aunque para el siglo XV ya había tomado el gusto por la ostentación, seguía conservando la brutalidad de las estepas asiáticas, de donde el pueblo turco había aparecido siglos atrás.

Mehmed nació en el año 1432. Era el tercer hijo varón del sultán Murat. Su condición de hijo menor no significaba que no estuviera destinado a heredar el trono de su padre, pero sí significaba que le ponía en una situación muy peligrosa para su vida.

A diferencia de otras monarquías, el imperio otomano no disponía de leyes de sucesión. La única condición para acceder al trono era ser hijo natural del sultán anterior. Los monarcas turcos disponían de un harén de mujeres de diferente procedencia, en muchas ocasiones esclavas cristianas capturadas o compradas.

El objetivo era disponer de cuantos hijos varones fuera posible. Los pequeños príncipes no se criaban con sus padres o hermanos, sino que, siendo muy jóvenes, se les enviaba a una provincia del imperio para ser educados por altos nobles. Esta educación sería lo que les prepararía para lo que estaba por llegar.

Porque en el momento en que muriese su padre, se desataría una carrera por llegar a la capital y hacerse con el favor del ejército. El hermano que lo lograse, sería el nuevo sultán. Pero ahí no acabaría la cosa, porque, para poder asegurar su trono, el nuevo monarca debería asesinar a sus hermanos. Según la creencia turca, sería la voluntad de Alá la que habría puesto al nuevo monarca en el trono.

Según las crónicas que nos han llegado dela época, el nacimiento de Mehmed vino precedido de grandes prodigios. Incluso se dijo que apareció un gran cometa de dos colas sobre Constantinopla, lo cual habría sido un signo de lo que estaba por llegar.

Y aunque estas historias nos puedan parecer evocadoras, lo más seguro es que cuando Mehmed nació, pocos en Edirne, la capital otomana en aquella época, daban mucho por el joven príncipe, ya que sus dos hermanastros mayores le sacaban muchos años de diferencia.

A pesar de ello, a Mehmed se le procuró el mismo trato que a cualquier príncipe. Cuando contaba con sólo dos años de edad, su padre lo envió a Amasya, en Anatolia, donde sería educado.

Aunque separado de su padre y de su madre, Mehmed no estaría solo. Su hermanastro Ahmet, de doce años, fue nombrado gobernador de esa misma ciudad. En Anatolia, apartados de la corte de Edirne, los príncipes eran vulnerables. Ahmet murió de manera inesperada en 1437 y en 1443, Alí, su otro hermano y el favorito de su padre, fue asesinado en esa misma ciudad junto con todos sus hijos.

En pocos años, Mehmed pasó de ser irrelevante a convertirse en el virtual heredero al trono. Como único hijo varón vivo, Murat no tuvo otro remedio que traer de vuelta a Mehmed a la capital para educarlo y prepararlo para su ascenso al trono.

Mehmed retornó a la corte cuando tenía 11 años. Había recibido una educación negligente, así que era un niño obstinado, maleducado y desobediente. Su padre quedó horrorizado con la actitud de su hijo, así que puso al joven príncipe al cuidado de un clérigo, el mulá Ahmet Gurani, el cual tendría plenos poderes para educar al príncipe.

Según se cuenta, el primer encuentro de Ahmet y Mehmet fue enormemente educativo para el príncipe. El mulá se presentó ante Mehmed y le dijo que estaba allí para enseñarle, pero que si no obedecía, estaba allí para castigarle. Mehmed no había permitido que le educasen con anterioridad, así que no iba a permitirlo ahora.

El joven príncipe se rio en la cara del religioso, pensando que se saldría con la suya. La respuesta del Ahmet fue expeditiva. Vara en mano propinó semejante paliza al príncipe, que a partir de ese momento Mehmed se puso a estudiar de manera obediente y respetuosa. Y además resultó que era un buen estudiante.

Según se cuenta, Mehmed hablaba varios idiomas y estaba especialmente interesado en la historia y la geografía. Ya empezaba a vislumbrarse en este momento su personalidad extraordinaria.

la subida al trono

Hacía sólo unos pocos meses desde la llegada de Mehmed a la corte cuando se encontró de nuevo con una gran sorpresa. En 1444, el bey de Karamán, un alto noble de Anatolia, se levantó contra el sultán Murat. Además, aprovechando esta rebelión, el Papa organizó una cruzada en contra de los otomanos.

El rey de Hungría Ladislao organizó un gran ejército y marchó hacia tierras turcas. Mientras tanto, la flota veneciana bloqueó el paso entre Europa y Asia, impidiendo que los ejércitos pudieran cruzar de una orilla  a otra  y el Emperador liberó al príncipe turco Orján, un antiguo pretendiente al trono, para tratar de instigar una guerra civil.

En este ambiente de amenaza para el imperio turco, el sultán Murat decidió abdicar en su hijo Mehmed, que contaba en este momento con 12 años de edad. El plan de Murat era dejar a Mehmed en Edirne, asegurando así la dinastía y la fidelidad de las provincias europeas, mientras que él partía hacia Anatolia para enfrentarse con los rebeldes.

Mehmed se encontró de repente en una posición vulnerable. Su padre había partido con gran parte del ejército a oriente mientras que en el norte, un gran ejército cristiano se dirigía a tierras otomanas.

Para agravar la situación, hizo aparición en Edirne un clérigo persa, que predicaba por la reconciliación entre cristianos y musulmanes. Este predicador fanático pronto aglutinó a muchos seguidores, lo que hizo saltar las alarmas de las autoridades religiosas de la ciudad.

Por si esto no fuera poco, también despertó las simpatías de Mehmed, que incluso se atrevió a recibirlo en palacio. Las autoridades religiosas, alarmadas por la actitud del sultán, le convencieron para que lo entregara. El predicador finalmente fue juzgado por hereje y se le quemó vivo en la plaza pública.

El Imperio se salva

Las amenazas a las que debían enfrentarse Murat y Mehmed podrían parecer insalvables. Sin embargo, el nuevo sultán y su padre consiguieron salvar la situación. Primero, Murat logró una tregua con el noble rebelde de Anatolia, lo que le permitió volver a Europa para enfrentarse con los húngaros.

Eso si, no le fue barato volver. La flota veneciana bloqueaba el paso de los Dardanelos, así que Murat se vio obligado a contratar a la flota genovesa, la gran enemiga de los venecianos, para que cruzara su ejército. Murat pagó un ducado por cabeza a los genoveses por el traslado.

Salvado este escollo, Murat buscó batalla ante los húngaros. La batalla de Varna supuso una gran derrota para el ejército cruzado. El propio rey Ladislao cayó en combate y su cabeza fue clavada en una lanza y exhibida como un trofeo por los turcos.

La situación se había salvado. Era hora de buscar culpables.

Planes de conquista

Aunque Murat se había tenido que enfrentar a rebeldes turcos, a la flota veneciana y a un ejército húngaro, la responsabilidad de todo lo ocurrido cayó en Constantinopla. La diplomacia imperial era una de las armas más poderosas de la época. Su astucia y saber hacer había mantenido con vida a un Imperio que sólo conservaba un recuerdo de gloria pasada.

Sabedor de que la capital imperial era un trofeo que se había resistido a cada uno de los ejércitos musulmanes que la habían asediado, Mehmed, que sólo contaba con trece años de edad, decidió atacarla ciudad en 1445.

Políticamente, esta era una buena idea. Tomar Constantinopla reforzaría el sultanato de Mehmed, le daría un increíble prestigio y además neutralizaría la amenaza romana. Pero desde un punto de vista práctico, era una empresa demasiado arriesgada. Si fracasaba, Mehmed se arriesgaba a ser depuesto. Además, un ataque directo a Constantinopla acarreaba el riesgo de que un gran ejército cristiano se uniese contra los turcos.

El miedo a lo que se podía perder pesó más que las expectativas de lo que se podía ganar. Para evitar que el joven sultán llevase a cabo su plan, Jalil Pachá, el gran visir y la máxima autoridad tras el propio sultán, organizó el derrocamiento de Mehmed.

Jalil convenció a Murat para que volviera a Edirne y se volviese a hacer cargo del imperio. Murat retornó a palacio y desplazó Mehmed. El depuesto sultán abandonó la ciudad y se trasladó a Manisa con sus consejeros.

Mehmed se pasó el resto de la vida de su padre planeando su vuelta al trono, la venganza contra Jalil Pachá y sus colaboradores y pensando en su gran plan, la toma de Constantinopla.

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