El poder del Hipódromo de Constantinopla

En lo que hoy en día es una apacible plaza del centro de Estambul se celebraron en otro tiempo apasionantes carreras de cuadrigas.

Más de 100.000 espectadores se daban reunión en un circo para disfrutar del mayor espectáculo del Imperio Romano de Oriente, siempre eso si bajo la atenta mirada de los emperadores.

Dos grandes grupos, los verdes y los azules jaleaban a sus aurigas mientras disfrutaban de un vaso de vino.

Aunque han pasado varios siglos desde la celebración de la última carrera en el hipódromo de Constantinopla, todavía se puede intuir la grandeza de ese gran lugar en la Estambul actual.

El mayor espectáculo del Imperio

Las carreras de caballos y posteriormente las carreras de carros fueron sin duda uno de los mayores espectáculos del Imperio Romano. Sin embargo, podría decirse que estuvieron en segundo lugar por detrás de los espectáculos de los anfiteatros durante los primeros siglos del Imperio.

Esto fue así hasta que en el año 323 el emperador Constantino decidiera prohibir este tipo de juegos, prohibición que no se hizo realmente efectiva hasta el 404 bajo el gobierno de Honorio. La lucha como espectáculo despareció completamente a partir de 499, cuando el emperador Anastasio prohibió las venationes, los combates entre hombres y animales salvajes.

Desde este momento, el espectáculo por antonomasia del Imperio serían las carreras de cuadrigas. Pero no sólo serán un mero espectáculo, sino que a través del hipódromo y de los juegos allí celebrados, el poder y la plebe podrán manifestarse.

A veces de manera pacífica, pero en muchas ocasiones de manera violenta. En este vídeo me centraré en explicar el papel que jugaba el hipódromo en la política de Constantinopla más que su lado festivo o deportivo, un papel fundamental para entender el funcionamiento del propio Imperio Romano de Oriente.

La legitimidad imperial

En Constantinopla existían tres grandes poderes, aparte del emperador: la nobleza imperial, el ejército y el pueblo. La Iglesia, por el contrario, se mezclará con los tres poderes anteriores de manera muy inteligente, teniendo así siempre una posición de poder, sea cual sea la situación.

El emperador era la máxima autoridad del Imperio, pero su legitimidad se medía en el hipódromo desde el mismo día de su coronación. Durante los siglos V y VI, éste será el escenario tanto del nombramiento como de la coronación de los monarcas. El proceso de elección y coronación era muy peligroso, tanto para los candidatos como para la gente allí congregada.

Existen diferentes ejemplos muy ilustrativos, pero quizás el más revelador sea el de la coronación del emperador Justino, tío y predecesor de Justiniano en la púrpura imperial. Justino era de origen ilirio. Había llegado sin nada a la capital imperial cuando era joven.

En su tierra natal había trabajado como porquero, pero al llegar a Constantinopla se enroló en el ejército, donde llegó a ascender hasta convertirse en su máximo responsable durante el reinado del emperador Anastasio. Además, Justino se había casado con una esclava, llamada Lupicina, a quien liberó antes de desposar.

Esta pareja, que en principio no parece que tuviese demasiadas papeletas para alzarse como máximos gobernantes del Imperio Romano de Oriente, lograrían alcanzar el trono gracias al poder del hipódromo. El emperador Anastasio falleció sin descendencia, así que los poderes del imperio pusieron en marcha los mecanismos para elegir a su sucesor.

En el Palacio Imperial se encontraba el senado y los nobles del Imperio, mientras que en el hipódromo aguardaba la plebe. Al mismo tiempo, varias unidades del ejército cercanas a los emperadores se encontraban en la zona con las armas preparadas.

El primer paso lo dieron los excubitores, los guardias imperiales. Estas tropas presentaron a su prefecto, llamado Juan, como nuevo emperador. Para aclamarlo, lo subieron en un escudo y lo pasearon por el centro del hipódromo.

Este tal Juan era un reconocido partidario de los verdes, por lo que los azules se opusieron al nombramiento, lanzando piedras e insultando al pretendiente. Los excubitores retiraron a su candidato, no sin antes acometer contra la hinchada azul, matando a varios de ellos en el proceso.

A continuación, las tropas de palacio propusieron a un general desconocido. Los excubitores, guardaespaldas del emperador, se opusieron atacando al nuevo candidato. En una violenta refriega que sólo terminó con la intervención de Justiniano, que en ese momento ostentaba un alto mando militar.

Cuando se calmaron las cosas, el propio Justiniano fue propuesto como candidato, pero este rechazó el nombramiento. Mientras tanto, en el palacio Imperial, las altas autoridades del Imperio eligieron a Justino. El nuevo emperador fue conducido al hipódromo, donde fue violentamente recibido por la guardia de palacio.

Sin embargo, los senadores y altos magistrados, los excubitores y sobre todo, las facciones verde y azul, le aprobaron como nuevo emperador.

En la arena del hipódromo se le subió a un escudo y se le llevó a cuestas, siendo proclamado por el pueblo. Allí se le concedió la corona imperial, con el beneplácito de todas las fuerzas vivas del Imperio.

Un barómetro político

Tanto en Roma como después en Constantinopla, los asistentes al hipódromo se dividían en varios grupos conocidos como facciones. Existían cuatro de estas facciones, las cuales se diferenciaban unas de otras por el color que portaban.

Los verdes, los azules, los blancos y los rojos. Así se conocían a los cuatro grupos del hipódromo. Estas facciones podrían parecernos simples hinchadas, animando a uno u otro auriga, pero eran mucho más.

En teoría, cada facción no era más que una empresa privada encargada de proporcionar los aurigas y las cuadrigas para las carreras del hipódromo. Cada facción contaría con varias decenas de trabajadores, que se encargarían de todo lo necesario para que el “equipo” estuviese en posición de poder competir.

Como digo, esta es la teoría. En la práctica, las facciones del hipódromo eran mucho más. Bajo el paraguas de las facciones se encontraban también otros espectáculos, como las representaciones teatrales o los espectáculos de mimo, que dependían de una u otra facción.

Y además, la propia población se adscribía a uno u otro grupo, por lo que no sólo apoyaban a un equipo deportivo, por así decirlo, sino que también tomaban partido por una posición política o religiosa. Este apoyo ese ejercía de manera activa.

No sólo se cantaban himnos o proclamas tanto dentro del hipódromo como en diferentes concentraciones que se pudieran realizar en otras partes de la ciudad, sino que cuando una facción quería imponer su visión sobre las otras o sobre el propio emperador, la violencia entraba en juego.

Voy a poner solamente un ejemplo. En el año 507 gobernaba el emperador Anastasio. Este hombre, anciano ya en este momento, había tenido sus más y sus menos con el populacho del hipódromo.

Pero este año, casi llega a perder la vida a manos de la turba. Mientras se celebraban unos juegos a los que asistía el emperador, la facción de los verdes comenzó un gran disturbio dentro del recito, reclamando la liberación de varios de sus miembros que habían sido detenidos por lanzar piedras.

El emperador no se dejó amedrentar y mandó a sus guardias a que acabaran con la revuelta. Estos no se amedrentaron y contratacaron, acercándose al palco imperial, al que llegaron a lanzar una lluvia de piedras.

El emperador logró salvarse, pero decidió vengarse de los amotinados. La guardia imperial capturó a uno de los cabecillas, un tal Mauro y lo descuartizó allí mismo. Los verdes prendieron fuego al circo y a varios edificios colindantes como respuesta.

Ese mismo año, revueltas todavía más graves se dieron en Antioquía. De nuevo, las facciones del hipódromo de aquella ciudad estuvieron en la raíz del conflicto. En este caso, la rebelión se atajó de manera sangrienta por parte de las autoridades imperiales.

Las estrellas del pueblo romano

Una característica muy notoria de Roma es su gran movilidad social. Por lo que sabemos, las estrellas tanto del circo como del anfiteatro eran en su inmensa mayoría esclavos o como mucho libertos.

A pesar del bajo estrato social de estos deportistas, por así decirlo, su fama y notoriedad a veces podía llegar a eclipsar a la del mismo emperador. Y en Constantinopla no sólo llegaban a ser los ídolos de las masas, sino que podían llegar a convertirse en líderes políticos con poder real.

El caso más destacado se produjo en el siglo VI, cuando un auriga llamado Porfirio alcanzó altas cotas de poder. Este hombre ni siquiera se llamaba así. Porfirio significaba “el purpurado”, un llamativo nombre para una persona de lo más bajo de la sociedad.

Seguramente se llamaba Caliopas y era de origen africano. Aunque seguramente nacido en Cartago, se crio en Constantinopla. Sus primeras carreras sin embargo las celebró en Antioquía, la segunda división, por así decirlo, de las carreras de cuadrigas, pero sus mayores logros los consiguió en la capital imperial.

Porfirio ganó muchas carreras para los azules, pero logró la gloria y la inmortalidad corriendo para los verdes. Hoy en día sabemos de este famoso auriga por los relieves que se hallaron en el hipódromo, que nos cuentan las gestas de este corredor legendario.

Sin duda la carrera deportiva de Porfirio fue sobresaliente, pero también lo fue su papel en diferentes acciones violentas de las cuales tenemos noticia. En 507, todavía en Antioquía, lideró a los azules en un pogromo contra los judíos de la ciudad, atacando una sinagoga y matando a varios miembros de la comunidad hebrea.

Y en 515, ya en Constantinopla, lideró en batalla a sus correligionarios de la facción verde en una batalla naval contra el usurpador al trono Vitaliano. Este era el gran poder del hipódromo, un poder que podía llevarte desde la esclavitud hasta el poder político.

Conclusiones

Hemos podido observar la importancia capital del hipódromo dentro de la sociedad bizantina. El peso real de lo que allí acontecía afectaba directamente a la política imperial y a la vida diaria no sólo de Constantinopla, sino de cada ciudad que contase con este tipo de estadio.

Los hipódromos del Imperio Romano de Oriente eran las ollas a presión del pueblo. Si solamente rugían, todo iba bien. Si por el contrario se calentaban demasiado, acababan estallando, con la destrucción subsiguiente que esto provoca.

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