Mehmed había sufrido sin duda tres grandes reveses en los días anteriores. Su fracaso frente a las murallas de Constantinopla y la doble derrota de su armada habían minado la moral de sus tropas.
Pero Mehmed sabía que su destino estaba ligado a la toma de la ciudad. Si fracasaba, quizás no podría volver a intentar tomar aquella ciudad, o incluso su reinado correría peligro.
No podía desistir. Debía hacer uso de su ingenio y de los enormes medios materiales de los que disponía. Mehmed no iba a rendirse fácilmente.
Reagrupamiento
Aunque Mehmed había fracasado en su intento de tomar la ciudad el día 18 de Abril de 1453, sus fuerzas no habían sido ni mucho menos derrotadas.
Durante los días siguientes al gran asalto, la artillería turca continuó bombardeando las murallas de Justiniano. De manera muy efectiva, poco a poco lograron destruir grandes sectores de las murallas que habían defendido a la ciudad durante casi 1000 años.


En un primer momento, al ver caer aquellas magníficas murallas, los defensores de Constantinopla se alarmaron. Giovanni Giustiniani, el noble genovés al cargo de la defensa de la ciudad no se dejó intimidar.
Con mucho ingenio, los agujeros en las murallas eran rápidamente cerrados con grandes montones de tierra, escombros y barriles llenos de piedra, creando una gran empalizada que se podía defender fácilmente y que además era más resistente contra las balas de cañón de lo que eran las viejas murallas.
Mehmed por su parte, tenía su atención puesta esos días en otro lugar. El sultán sabía perfectamente que para poder tomar la ciudad era necesario controlar el mar y para ello, debía superar la cadena del Cuerno de Oro. Enfrentar a su marina contra los barcos cristianos se había demostrado como una mala idea, así que diseñó un plan alternativo.
Mehmed decidió que si no podía destruir la gran cadena, entonces tendría que saltar por encima de ella. Entre los días 21 y 24 de Abril, los otomanos transportaron alrededor de 70 barcos de su marina por tierra desde el puerto de las Dobles Columnas hasta el interior del Cuerno de Oro.
Además, el sultán protegió el despliegue con una importante batería de cañones, los cuales eran capaces de destruir los barcos cristianos si se acercaban a su costa.


Los bizantinos observaron aterrorizados este magistral movimiento desde la ciudad. El día 23 de Abril el Emperador decidió que había que tomar cartas en el asunto. Ese día reunió en secreto a 12 capitanes de barco venecianos y a Giovanni Giustiniani para planear una reacción ante ese movimiento de Mehmed.
Algunos capitanes sugirieron atacar frontalmente a los turcos, pero finalmente se desechó la idea al considerarla demasiado arriesgada. El plan sería distinto: se decidió intentar incendiar la flota turca en el puerto.
Para esta acción se utilizarían únicamente 8 barcos. Dos grandes carracas de transporte servirían como protección a la flota. Además, sus cascos se cubrieron con balas de lana para protegerlas de los cañonazos. Junto a ellas navegarían 2 grandes galeras, que evitarían cualquier asalto de la flota turca.
Acompañando a estos barcos de combate se encontrarían 2 pequeñas fustas impulsadas por 72 remeros cada una. Estos rápidos barcos se esconderían detrás de las carracas. Cuando estuviesen suficientemente cerca de los otomanos, se lanzarían contra ellos con su gran velocidad.


Armadas con fuego griego, una pasta incendiaria famosa desde hacía siglos, incendiarían a los barcos amarrados a puerto. Finalmente, dos barcos más acompañarían a la flota como apoyo de suministro.
Una vez preparados los barcos, a medianoche del día 28, bajo la protección de la oscuridad, los navíos salieron del puerto en completo sigilo.
Todos los capitanes sabían perfectamente cuál era el plan para aquella noche, pero quizás por el ansia de lograr una gran victoria o simplemente por la tensión acumulada, Giacomo Coco, el capitán de una de las fustas de ataque, salió de la formación y se lanzó contra la armada musulmana.
Su aventura no duró mucho, porque los cañones turcos abrieron fuego rápidamente y enviaron al pequeño barco al fondo del mar. La flota cristiana había sido detectada y las fuerzas turcas comenzaron a abrir fuego. Rápidamente una de las grandes galeras sufrió graves daños, pero logró retirarse a duras penas.
Cuando empezaba a despuntar el alba, en el cuerno de oro solamente quedaban las dos grandes carracas, que habían permanecido ancladas siguiendo el plan. En cuando los turcos se dieron cuenta de que estaban aisladas, lanzaron sus barcos contra ellas.
Como había ocurrido varios días antes, los pequeños barcos turcos fueron incapaces de hacerse con los grandes mercantes cristianos. Tras hora y media de combate, ambos bandos se retiraron. No había sido una gran victoria turca, pero había sido una victoria. Mehmed tenía por fin algo que celebrar.
Por todos los medios
Mehmed no permitió que los defensores se relajaran. Hasta principios de Mayo de 1453 el sultán incrementó la presión sobre la ciudad. Además de los cañones que bombardeaban la muralla terrestre, Mehmed colocó una batería de potentes cañones para disparar sobre la muralla norte.
No satisfecho por los resultados, ordenó a sus artesanos que diseñasen un cañón que permitiese disparar directamente dentro de la ciudad. Con mucho ingenio, se diseñó un cañón que permitía disparar balas de forma parabólica, por lo que el interior de la ciudad estaba a tiro de la artillería turca.


Además del bombardeo, días después del ataque a su flota, Mehmed ordenó un nuevo asalto nocturno por tierra a la ciudad. La batalla fue durísima y los defensores lograron sólo a duras penas repeler a los asaltantes. Parecía que la caída de la ciudad se acercaba.
El 3 de Mayo el Emperador convocó una reunión de urgencia para valorar la situación. La moral estaba cayendo. La comida comenzaba a escasear y las tropas estaban agotadas.
En esta reunión, se propuso al Emperador que abandonase la ciudad, que se reagrupase en el Peloponeso y que desde allí volviera a Constantinopla. Constantino, consciente de la posición que debía ocupar, se quedó callado durante largo rato y rompió a llorar. Al final respondió de manera lacónica:
“Os agradezco vuestro consejo, que os honra, pues lo ofrecéis buscando mi bien, y sólo puede ser así. Pero ¿cómo podría hacer tal cosa y abandonar al clero, a las iglesias de Dios, al Imperio y a todo el Pueblo? Os ruego que me digáis qué pensaría el mundo de mí. No, señores míos, no: moriré aquí con vosotros”.
Se acerca el final
Las fuerzas imperiales estaban resistiendo a cada ataque que les lanzaban las tropas turcas. Mehmed sabía que no debía dar descanso a los defensores, así que los ataques continuaron.
Los días 6 y 12 Mayo el sultán trató de tomar la ciudad. En sendos ataques nocturnos, envió a una gran fuerza de ataque contra las derruidas murallas de Constantinopla.
El primer día, los defensores consiguieron repeles a los turcos sobre la misma brecha. Sin embargo el segundo día la ciudad estuvo a punto de caer en manos enemigas. Los defensores, agotados, se vieron rebasados por una gran fuerza de caballería otomana. Los turcos incluso penetraron dentro de la ciudad.
Sólo la intervención personal del Emperador, acompañado de su guardia, logró rechazar a los atacantes fuera de la ciudad. Esa misma noche, los turcos que habían penetrado en Constantinopla fueron reducidos y ejecutados. La ciudad imperial había resistido un día más, pero Constantino sabía que el final estaba cerca.
Ingenios mortales
Mehmed disponía de recursos casi inagotables para la toma de Constantinopla y pretendía utilizarlos. A mediados de Mayo, los mineros que había puesto a trabajar a principios de Abril en excavación de túneles bajo la muralla, empezaron a alcanzar las defensas de la ciudad.
Si los ataques sobre tierra no fueran bastante, ahora los defensores debían de protegerse de ataques subterráneos.
Los días 16, 21 y 23 de Mayo los defensores descubrieron perplejos tres minas diferentes que habían llegado hasta los cimientos de las murallas. Afortunadamente para los cristianos, fueron detectadas antes de que causasen males mayores.
Grupos de soldaos defensores se infiltraron en los túneles y los incendiaron, matando a los mineros que allí se encontraban.
Como remate a los esfuerzos de Mehmed, el sultán ordenó la construcción de una gran torre de asedio. Perplejos, los vigías divisaron el edificio rodante el 19 de Mayo. Parecía que los turcos habían levantado aquel ingenio durante la noche. La torre, robustamente construida en madera y recubierta de piel de camello, tenía varios pisos comunicados por escaleras.


Alarmados ante semejante visión, las fuerzas bizantinas se apresuraron a reunir todo lo que tenían para evitar que la torre llegase a la muralla. Después de dispararle con todo lo que tenían, se les ocurrió lanzar barriles de pólvora rodando desde las defensas. Gracias a la suerte, uno de ellos chocó contra la torre, que saltó en mil pedazos, matando a varios de los soldados que estaban dentro de ella.
Era una nueva victoria para los defensores, pero sus fuerzas se estaban agotando y parecía que los turcos no tenían la más mínima intención de retirarse. Ambos bandos veían ya claramente que el fin estaba cerca.




