El primer gran asalto a Constantinopla había fracasado. El Emperador, con sus escasos recursos, había logrado resistir ante el embate del todopoderoso ejército turco y de sus cañones.
Mirando atrás en la historia, Constantino quizás podría haber pensado que había conseguido lo que parecía imposible, evitar la toma de la ciudad.
Mehmed sabía perfectamente que su primer intento de conquista no había dado los frutos que él esperaba. Al fin y al cabo, ningún ejército musulmán había tomado la ciudad en los 800 años anteriores, así que por qué iba a resultar fácil lo que para otros había sido imposible.
Mehmed era un hombre inteligente, sabedor de la importancia de aquella empresa. Quería pasar a la historia como el conquistador de Constantinopla, así que no pretendía permitir que un pequeño revés echase al traste con sus planes. La batalla estaba lejos de haber terminado.
La batalla por mar
Al estar situada estratégicamente en una península, la ciudad de Constantinopla es fácilmente abastecible por el mar. En los siglos anteriores, la ciudad había sufrido largos asedios, pero al no haber sido bloqueada por mar, la capital imperial pudo resistir fácilmente gracias a las conexiones marítimas con puertos del Mediterráneo.
Mehmed sabía perfectamente que los siete asedios anteriores a los que los turcos habían sometido a la ciudad habían fracasado precisamente por la incapacidad de bloquear las rutas de acceso por mar.
Antes de poner sitio a la capital imperial, Mehmed no solo preparó su ejército y su artillería, sino que se preocupó de bloquear los accesos marítimos a Constantinopla. En 1452 había terminado las obras de la Gran Degolladora, la fortaleza que costaba el acceso desde el Mar Negro hacia el estrecho del Bósforo con sus potentes cañones.
Sin embargo, la ruta desde el Mediterráneo desde los Dardanelos seguía abierta. Aunque los turcos controlaban el estrecho, no disponían de una fuerza que pudiese evitar la llegada de barcos desde el sur.
En enero de 1452 el sultán decidió poner solución a este problema. Desde la base marítima de Galípoli, comenzó un ambicioso programa de construcción de una flota de guerra, destinada l bloqueo marítimo de Cosntantinopla.


Para ello utilizó todos los recursos a su disposición. Primero reunió barcos antiguos por todo el Mediterráneo y los puso a punto. Pero además, ordenó la construcción de nuevas naves con la ayuda de artesanos occidentales.
Durante más de un año los astilleros otomanos trabajaron a destajo para dar al sultán una ventaja en el mar de la que sus antepasados no habían disfrutado. Según las fuentes que nos han llegado de esta época, la flota turca dispondría de alrededor de 140 barcos en total.
Las naves más importantes serían entre 12 y 18 galeras de guerra bien pertrechadas. Estas naves, herederas de las galeras de guerra griegas y romanas, se impulsaban en batalla gracias a sus remeros. El objetivo de estos barcos era embestir a gran velocidad a sus adversarios, incrustando el gran espolón de proa en el casco enemigo y tras un breve intercambio de proyectiles, permitir a la infantería abordar el buque enemigo.
Acompañando a estas grandes naves Mehmed dispondría de alrededor de 80 fustas, barcos, al igual que las galeras, impulsados por remos, pero de un tamaño mucho menor a sus hermanas mayores. Completaría la flota varias grandes barcazas de transporte así como pequeños bergantines destinados a tareas de reconocimiento o de comunicaciones.


Como es natural, una flota como esta no pasó desapercibida en los estrechos de los Dardanelos. La flota partió hacia Constantinopla a finales de Marzo de 1453. Ya el 2 de abril, el Emperador dio la orden de colocar la gran cadena que cortaba el acceso al Cuerno de Oro, sabedor de que la flota turca estaba de camino.
Por su parte los bizantinos, otrora señores del mar Mediterráneo, sólo disponían de una pequeña flota para defenderse. Aunque el emperador todavía tenía a su servicio a un Gran Almirante, El Imperio sólo disponía de 3 grandes galeras y dos galeras estrechas. El resto de barcos, en su mayoría mercantes, pertenecían a las ciudades italianas que comerciaban regularmente en la zona.
Sumando todas las embarcaciones disponibles, Constantino contaba con 37 barcos para el combate. A pesar de ello, las tripulaciones cristianas contaban con una mayor experiencia en el mar, lo cual les podía dar alguna posibilidad.
El gato y el ratón
Las batallas navales suelen ser extremadamente cruentas. Cuando dos grandes flotas chocan, los daños suelen ser muy abundantes y las pérdidas, son casi siempre irreparables, por lo menos a corto plazo.
Este es el motivo por lo que los almirantes de las armadas de guerra suelan ser muy precavidos a la hora de presentar batalla ante el enemigo.
El almirante otomano Baltaoglu era perfectamente consciente de la fragilidad de su armada, así que fue muy conservador a la hora de utilizarla, lo que provocó un juego del gato y el ratón que comenzó ya el 9 de abril de 1453. Ese día la flota cristiana tomó posiciones delante de la cadena del Cuerno de Oro. 20 barcos se colocaron en formación cerrada a la espera de la llegada de los turcos que venían del sur.


Tres días estuvieron esperando, hasta que el día 12 finalmente los mástiles otomanos se divisaron en el horizonte. Los turcos formaron una línea de combate frente a los cristianos, pero tras varias horas frente a frente, ningún bando se decidió a atacar.
Los turcos acabaron por retirarse al puerto de las Dos Columnas, dos millas al norte, mientras que los cristianos retornaron puesto. Las dos armadas se habían visto por fin las caras.
El primer gran fracaso
18 de Abril de 1453. Esta jornada llenó sin duda de esperanzas a los defensores de la capital imperial. Ese día, Mehmed lanzó un gran asalto sobre las murallas terrestres de la ciudad que acabó fracasando.
Pero el sultán no sólo hizo esto. Su marina lanzó ese mismo día un ataque sobre la cadena que cortaba el acceso al cuerno de Oro. El objetivo era rebasar esas defensas, hundir o capturar todos los barcos cristianos que se pudiese y sobre todo, distraer a la mayor cantidad de defensores posible desde las murallas terrestres hacia las marítimas.
Con esta intención el almirante otomano Baltaoglu partió esa mañana al frente de su flota. En cuanto comenzaron a salir del puerto se dio la alarma en Constantinopla. El Gran Almirante Lucas Notaras dio orden a los barcos italianos para que formaran delante de la larga cadena.
Aunque se trataban de barcos de carga comercial, las carracas italianas estaban perfectamente diseñadas para resistir el ataque de galeras y de barcos similares. Con altas bordas y un casco robusto, podían resistir sin problemas siempre y cuando la tripulación mantuviese la disciplina.


Al igual que ocurriría ese mismo día frente a las murallas de Constantinopla, el ataque naval otomano fue un fracaso. A pesar de la gran superioridad numérica, los barcos italianos resistieron el ataque turco.
Las carracas occidentales contaban con marineros experimentados que sabían resistir un abordaje. Además contaban con todo lo necesario para contraatacar. Cada barco disponía de unos grandes ganchos que permitían elevan embarcaciones más pesadas para darles la vuelta y hundirlas.
Los turcos, de manera casi experimental, habían colocado algunos pequeños cañones sobre sus galeras más grandes, pero las balas de piedra eran demasiado pequeñas como para poder destruir el grueso casco de las carracas.
Tras varias horas de combate y tras no haber conseguido absolutamente nada, el almirante Baltaoglu decidió retirar la flota ante el riesgo de sufrir todavía más daños.
Se vislumbra la victoria
Sin duda tras ese duro día de combate, los ánimos en la ciudad estarían exultantes. Habían resistido contra todo pronóstico el embate del ejército y de la flota turcas de manera simultánea. El Emperador había hecho un buen trabajo. Ahora sólo faltaba esperar que Mehmed levantase el asedio y volviese a casa a lamerse sus heridas.
Pero el sultán no pretendía de ninguna manera abandonar su empresa. Dos días después, el 20 de abril de 1453 llegaron a los Dardanelos 3 carracas genovesas pagadas por el Papa y un transporte imperial, cargado con grano procedente de las islas del Egeo.
En cuanto asomaron por el Mar de Mármara, Mehmed ordenó a su flota que capturase a toda costa a aquellos cuatro barcos. En principio, la tarea parecía sencilla. Cuatro barcos de transporte contra más de 100 embarcaciones turcas. El almirante Baltaoglu se subió a su galera y ordenó el ataque sobre los cristianos.
Al igual que había ocurrido dos días antes, enseguida se hizo patente la falta de experiencia y la inferioridad tecnológica de los turcos sobre la de los cristianos.
Los barcos genoveses navegaban con el impulso de un fuerte viento del sur, mientras que los barcos otomanos debían utilizar sus remos al estar situados en contra del viento.
En un primer momento, la armada turca se aproximó a los barcos cristianos, que navegaban a buen ritmo hacia la ciudad. A pesar de la aplastante superioridad numérica, la marina otomana no fue capaz ni de abordad ninguno de ellos ni tan siquiera de detenerlos. El peso de los barcos era tal que la inercia apartaba las pequeñas galeras de su paso.
Con ritmo firme, la pequeña flota cristiana llegó a la entrada del Cuerno de Oro y en ese momento se palpó el desastre. De repente el viento dejó de soplar y los barcos a vela quedaron a la deriva. En este momento los turcos intensificaron el asedio.


Como un enjambre de avispas que atacan a un enemigo mayor, los barcos musulmanes se abalanzaron sobre los cuatro barcos mercantes. Durante tres largas horas, los combatientes cristianos evitaron que sus barcos fueran abordados o hundidos.
Los turcos atacaban en oleadas Cuando la tripulación de un navío estaba agotada, se retiraba y otro barco de refresco ocupaba su lugar. Con esta táctica, esperaban antes o después doblegar la enconada resistencia cristiana.
El combate fue realmente encarnizado. El propio sultán, montado sobre su caballo, gritaba y daba órdenes desde la orilla, confiando en lograr esta victoria.
Cuando parecía que los cristianos desfallecían y que los turcos iban por fin a lograr su objetivo, ocurrió el milagro. De la misma manera que había dejado de soplar horas antes, el viento volvió de nuevo a empujar con fuerza a los barcos de carga cristianos.
Apartando a las galeras que los rodeaban, finalmente se hicieron paso hasta el Cuerno de Oro. Mehmed, temiendo perder su flota, ordenó la retirada. Era el segundo gran fracaso y la moral de sus tropas empezaba a resentirse.
Reagrupamiento
Al día siguiente, Mehmed, sabedor de que debía restablecer el orden entre los suyos, partió desde el campamento frente a la ciudad junto con 10.000 jinetes en dirección a la fortaleza de las Dos Columnas.
Allí, frente al mar, exigió que su almirante se presentase ante él lo antes posible. Baltaoglu, gravemente herido en un ojo por una piedra lanzada desde uno de los barcos cristianos se presentó ante el sultán.
Mehmed, completamente colérico le pidió explicaciones. Cómo era posible que una gran armada no hubiera sido capaz de capturar cuatro barcos en un mar en calma. El almirante se excusó ante su señor y mostró sus heridas como muestra de que había hecho todo lo humanamente posible por satisfacer sus deseos.


Mehmed, fuera de si ordenó que empalaran a su almirante como aviso para los demás oficiales de su ejército. Los mandos allí presentes, conscientes de la labor de Baltaoglu se ehcaron a los pies del sultán y pidieron clemencia por el almirante.
Mehmed acabó por ceder, conmutando la pena a Baltaoglu por cien latigazos. La condena se cumplió allí mismo. El almirante fue además desposeído de su cargo y de todos sus bienes, que se repartieron entre los jenízaros.
Mehmed había logrado mantener el orden entre los suyos, pero sabía perfectamente que debía hacer algo si no quería fracasar en su empeño de tomar la ciudad de Constantino.




