La caída de Constantinopla 5/8 El primer ataque

De la misma manera que lo habrían hecho cientos de generales en el pasado, Mehmed esperó a la primavera para lanzarse sobre Constantinopla. Y no esperó ni un día.

El 23 de Marzo de 1453 el sultán partió de Edirne en dirección a Constantinopla. Toda la ciudad salió a despedir a las fuerzas imperiales que marchaban a cumplir con su deber santo. El ejército lo acompañaba una hueste de ulemas, jeques y descendientes del profeta, repartiendo plegarias y bendiciones a las fuerzas del sultán.

Además, se había elegido ese día por ser viernes y así enfatizar la dimensión sagrada de aquella campaña. Mehmed confiaba que también, que el destino estuviese de su parte en aquella empresa.

Llegan las tropas

En los grandes eventos de la Historia, las fechas, los símbolos y los acontecimientos cósmicos son extremadamente importantes. No porque tengan un papel real en los hechos, pero si por la dimensión espiritual y por el poder que le atribuían los participantes en esos hechos.

El primero de Abril de 1453 se celebró en todo el mundo ortodoxo el Domingo de Resurrección, el día más sagrado del calendario ortodoxo griego.

El ambiente en Constantinopla era de miedo e incertidumbre. Ese día, se habían celebrado ritos religiosos en todas las iglesias de la ciudad, a excepción de Santa Sofía, la cual permanecía vacía desde que se celebrase allí la ceremonia de unificación con la Iglesia católica.

También se habían celebrado diferentes procesiones. La más importante, llevó a la Odighitria, un icono sagrado de la Virgen María con el niño en brazos hasta el palacio de Blanquernas, donde residía el Emperador.

Fue quizás esta una fecha profética, ya que al día siguiente hicieron su aparición los primeros jinetes turcos. El Emperador envió a su caballería para tratar de ahuyentarlos. Se produjo una pequeña escaramuza fuera de la ciudad donde murieron varios otomanos.

El resto de las tropas turcas se divisaba ya en el horizonte, así que Constantino decidió retirar sus tropas al interior de la ciudad y dio orden de destruir todos los puentes sobre el foso de la muralla y de cerrar todas las puertas de la ciudad.

La marea turca

Para mediados del siglo XV, el ejército turco era seguramente el mayor de Europa, además de ser el mejor organizado. Se podría decir que era casi un ejército comparable a los que se verían en occidente los siguientes tres siglos.

Las fuerzas turcas aparecieron el 2 de Abril frente a Constantinopla. Antes de llegar, el ejército ya tenía asignados las zonas de acampada de cada regimiento.

A una distancia de 230 metros de la muralla de la ciudad se excavó una gran trinchera. Delante de ella se levantó un terraplén, el cual se cubrió con tablones de madera para proteger a las tropas de los posibles disparo de cañón o de ballesta desde la ciudad.

Detrás de esta defensa improvisada se desplegaron las fuerzas turcas. Perfectamente organizadas por regimientos poco a poco comenzaron a montar sus tiendas de campaña, redondas y blancas, en el orden preestablecido.

En el centro se encontraba el sultán, rodeado de sus fieles jenízaros. A sus lados se encontraban las fuerzas de los diferentes nobles regionales, así como las tropas venidas desde los Balcanes, bien fueran vasallos o mercenarios cristianos contratados para la campaña. Detrás de ellos se situaba toda la caballería, además de miles de animales y de carros de suministros.

Al igual que en otros momentos de la Historia, desconocemos el número exacto de integrantes del ejército otomano, pero la apreciación más fiable es de 200.000 personas, de los cuales unos 60.000 serían soldados de infantería, entre 30 y 40.000 serían soldados de caballería y el resto serían personal destinado al abastecimiento de las tropas: cocineros, panaderos, herreros, forjadores de cañones, armeros, etc.

No era el mayor ejército que se había reunido para asediar Constantinopla, pero desde luego era el mejor preparado.

Las fuerzas cristianas

En lo que respecta al bando cristiano, tenemos un número más concreto de las fuerzas de las que disponía el Emperador.

El recuento de tropas lo realizó el canciller imperial Jorge Frantzés, un hombre que nos dejó quizás la mejor crónica de la batalla de Constantinopla. Según él mismo, el Emperador le encargó el recuento de las tropas de las que disponían, pero también de cada arma, escudo, armadura o munición.

Tras realizar este trabajo, el canciller se presentó con un ánimo bastante pesimista ante Constantino. La ciudad contaba únicamente con 4773 griegos capaces de portar armas. A este número de soldados nativos había que sumarle los 200 arqueros que habían venido desde occidente, así como diferentes contingentes venidos desde diferentes ciudades cristianas. También se podría añadir a la fuerza defensora a las comunidades veneciana y genovesa de la ciudad. Sumando a este variopinto grupo de gentes, el número total de defensores no llegaba a los 8.000.

El emperador, muy consciente de que si se daba a conocer esta cifra la moral de la ciudad podría desmoronarse ya antes de la batalla, decidió censurar esta información. Sólo él y su canciller conocerían la cifra exacta de defensores de la ciudad.

Preparativos para la batalla

El Emperador era muy consciente de su posición, pero a pesar de ello decidió aplicar su larga experiencia de combate a esta batalla.

El 2 de abril de 1453 dio la orden de extender la cadena que protegía el Cuerno de Oro. Esto le permitiría concentrar la mayoría de sus fuerzas en la muralla terrestre, ya que mientras la cadena resistiese, sería poco probable que una fuerza de asalto se lanzase contra las murallas marítimas de la ciudad.

A continuación dividió el perímetro de Constantinopla en 12 sectores, los cuales distribuyó entre diferentes nobles y comandantes mercenarios. El propio emperador junto con 2000 de los mejores soldados se colocaron en la sección frente a la tienda de Mehmed, el lugar donde seguramente se sufrirían los ataques más fuertes.

Desde el cuartel general del Emperador se distribuyeron las demás fuerzas. A la derecha de Constantino se situaban primero el noble griego Teodoro Caristeno y a continuación, en el lugar donde las murallas hacían un giro de 90 grados, los hermanos Bocchiardi, que habían traído sus propias tropas desde Génova.

La sección norte de la muralla, junto al palacio de Blanquernas, se destinó a la colonia veneciana de la ciudad. El alcalde veneciano izó la bandera de San Marcos junto a la del Emperador, dejando claro que estaban dispuestos a defender la ciudad.

A la izquierda del emperador situó en primer lugar a un familiar suyo, Teófilo Paleólogo, un noble griego sin demasiada experiencia militar. Desde allí y hasta la puerta aurea se situaban una mezcla de soldados griegos, venecianos y genoveses, que cubrían todo ese flanco.

Constantino había situado a sus mejores tropas frente al ejército turco, pero sabía que no debía dejar desguarnecidas las murallas marítimas. Por ello destinó el resto de sus fuerzas a cubrir todo el perímetro de la ciudad que estaba bañado por el mar.

Divididas en pequeños destacamentos,  el resto de fuerzas se desperdigaron por el resto de la fortificación. Además, Constantino dio orden de situar dos francotiradores en cada una de las torres, uno armado con un arco y otro con una ballesta o un arcabuz.

Constantino había hecho todo lo posible por preparase para la batalla. Ahora sólo quedaba esperar lo inevitable.

El inicio de la batalla

Aunque se habían producido escaramuzas los días anteriores, la batalla propiamente dicha comenzó oficialmente el 6 de abril de 1453. Ese día un grupo de jinetes turcos se acercaron a la muralla de la ciudad portando una bandera blanca.

Como mandaban las leyes coránicas, Mehmed ofrecía a Constantinopla la posibilidad de rendirse y convertirse al Islam. De no hacerlo, se arriesgaban a un saqueo de tres días tras la conquista.

Mehmed esperó mucho a pasar a la acción. Aunque sus grandes cañones todavía no habían llegado, sí que tenía disponibles algunos de los de menos calibre. Ese mismo día 6 de abril ordenó que realizaran los primeros disparos contra la ciudad.

Tras un breve bombardeo, un grupo no demasiado numeroso de soldados se lanzó contra las murallas. Los defensores respondieron realizando una salida de la ciudad que puso a los atacantes en fuga. Para evitar males mayores, Mehmed ordenó un contrataque, que provocó la retirada de los cristianos al interior de la ciudad.

Mehmed disponía de multitud de recursos para tomar la ciudad y pensaba utilizarlos todos. Mientras sus grandes piezas de artillería no estuviesen disponibles, dio la orden de comenzar a escavar minas debajo de las murallas.

Los zapadores turcos tendrían que realizar un arduo trabajo para poder horadar 230 metros de tierra hasta la ciudad. Mehmed no tenía prisa, así que el sultán no esperaba que estos trabajos tuviesen un pale importante hasta pasadas varias semanas.

Para minar la moral de la ciudad, Mehmed partió el 8 de abril con una importante fuerza para tomar las pequeñas fortalezas que todavía estaban en manos imperiales. De manera brutal, asedió y tomó varias de ellas, destruyéndolas hasta los cimientos y empalando a los supervivientes de cada una de ellas.

Tras su breve escapada, Mehmed volvió a su tienda frente a Constantinopla el día 11 de abril. La artillería ya había llegado, por lo que por fin se podía empezar el bombardeo. Los turcos contaban con alrededor de 69 cañones de diferentes calibres, que fueron agrupados en 15 baterías.

Los cañones de bronce de esta época no eran muy resistentes y tendían a explotar, así que junto con las piezas de artillería llegaron al campamento decenas de artesanos destinados al mantenimiento, reparación e incluso creación de nuevas piezas.

Estos cañones eran además muy complicados de operar. Debían colocarse en el punto exacto desde el que debían disparar, ya que no disponían de cureñas para su transporte. Cargarlos era también complicado. Era necesario utilizar una gran cantidad de pólvora y salitre. Además, las balas debían hacerse a mano, ya que eran de piedra tallada. Estas balas eran tan valiosas, que incluso se enviaban soldados a recogerlas después de los disparos.

El 12 de abril de 1453 finalmente se desató el infierno sobre Constantinopla.

Según narra el cronista Critobulo:

“Y cuando se prendió fuego, más rápido de lo que se tarda en decirlo, hubo al principio un rugido aterrador y una violenta sacudida del suelo y, en mucha distancia a la redonda, un estruendo como no se había oído nunca.

Entonces, con un trueno monstruoso, una horrible explosión y una llama que iluminó todo lo que había alrededor y lo quemó, la cuña de madera fue empujada por la explosión de aire caliente y seco e impulsó a la bola con fuerza hacia fuera.

Proyectada con increíble fuerza y potencia, la piedra golpeó la muralla, que inmediatamente tembló y fue demolida, y quedó ella misma hecha muchos pedazos que se dispersaron por todas partes, causando mortandad entre quien estaba cerca.”

Entre el día 12 y el 18 de abril los bombardeos se intercalaban con asaltos constantes a la muralla de pequeños grupos de soldados turcos. Tanto de noche como de día, el ataque continuaba con la intención de dejar exhaustos a los defensores.

Cosntantino, a duras penas logró mantener la moral de la ciudad y repeler todos los ataques que mandaban los otomanos. Además, los bizantinos encontraron una solución a la destrucción de las murallas. Allí donde las defensas se venían abajo, la muralla era sustituida por un terraplén de tierra, escombros, madera y matojos que se coronaban con barriles llenos de tierra, proporcionando una defensa adecuada ante las balas de los cañones.

Finalmente el sultán se impacientó y decidió asaltar la ciudad el día 18 de abril. Dos horas después de que cayera el sol ordenó que un importante contingente de sus mejores tropas se preparara para el asalto.

Siguiendo el sonido marcado por los tambores de guerra las fuerzas otomanas atacaron el sector del valle del río Lico, al juzgarlo como el más vulnerable. Se produjo en ese momento un gran enfrentamiento de tropas turcas y cristianas en las mismas murallas de la ciudad.

La lucha duró varias horas. Los otomanos asaltaban las posiciones cristianas mientras tiradores con arcabuces cubrían el asalto. Pr su parte, Constantino se movía con sus tropas aquí y allá tratando de evitar que los turcos rebasaran a sus exhaustas fuerzas.

Tras un intenso combate, Mehmed decidió finalmente retirar sus fuerzas viendo que no lograba su objetivo. Parecía que Constantinopla se había salvado de un asedio más, sin embargo, la batalla no había hecho más que comenzar.

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