La Caída De Constantinopla 4/8 Las tropas enfrentadas

Dos mundos estaban a punto de colisionar en una de las mayores batallas de la Historia. Ambos bandos sabían de la importancia capital de lo que estaba por suceder.

El Emperador de los romanos Constantino XI y el sultán turco Mehmed II darían lo mejor de sus pueblos y de sus civilizaciones para lograr sus objetivos. Por un lado, el romano intentaría resistir un embate más de sus poderosos enemigos, alargando la agonía del Imperio. Por otro, el turco intentaría pasar a la historia como el primer musulmán en poner el pie como conquistador en la ciudad de Constantino.

Sólo uno de estos dos grandes hombres lograría su objetivo.

La situación en Constantinopla

Hacía ya siglos desde que el Imperio Romano de Oriente podía enfrentarse a un ataque o a una invasión con más o menos la certeza de que podría hacerle frente. En 1452 no solo no estaba preparado, sino que era el peor momento de la Historia en el que podría haber llegado el conflicto.

En este momento, lo poco que quedaba ya del Imperio se encontraba en medio de una grave crisis interna. Desde el siglo XI, Constantinopla se había mantenido como el gran poder cristiano de oriente, enfrentada a Roma desde el cisma de 1054.

Desde la separación, los bizantinos no habían tenido más que problemas causados por sus hermanos de occidente, culminando en la toma y el saqueo de Constantinopla por parte de los cruzados en 1204.

Ahora, en este momento de crisis extrema, la rivalidad entre las dos iglesias jugaría de nuevo un papel importante.

El emperador había enviado emisarios al Papa para pedir ayuda material. La respuesta del Papa muy taxativa, sólo tras la unión de las iglesias católica y ortodoxa bajo el mandato del Papa occidente haría algo por sus hermanos griegos.

Ante la situación desesperada que estaba atravesando el Imperio, Constantino XI decidió apostar por la unión con Roma. A finales de 1452, las calles de la ya convulsa Constantinopla se volvieron todavía más tumultuosas tras el anuncio de la unión con los católicos. Pocos creían que esta unión sirviera para salvar la ciudad o el Imperio de los turcos.

Sin embargo, el ambiente mejoró ligeramente cuando el 26 de octubre llegaron a la capital imperial 200 arqueros acompañados por el cardenal Isidoro. La población vio en este momento un rayo de esperanza y el apoyo la unión de las dos iglesias creció ligeramente.

Finalmente, y en contra de los deseos del Patriarca de Constantinopla, la unión de las dos Iglesias se produjo el 12 de diciembre. La celebración en Santa Sofía no fue una fiesta, sino un preludio de la caída de la ciudad.

Las tropas cristianas

El emperador Constantino dedicó todos sus esfuerzos en el invierno de 1452-53 a preparar la defensa. A pesar de que era abucheado por las calles cuando cabalgaba de aquí para allá inspeccionando los trabajos de refuerzo de la muralla, su ánimo no decayó.

Constantino envió emisarios a diferentes islas del Egeo para conseguir suministros de comida: grano, frutos secos, vino, aceite, legumbres. En general todo lo que se pudiese almacenar y racionar.

El siguiente paso fue reforzar las murallas de la ciudad. Tanto en las murallas marítimas como en las terrestres se acometieron trabajos de reparación. En este momento de la historia, las defensas de la capital imperial distaban mucho de la grandiosidad de la que había gozado siglos antes.

Utilizando piedras procedentes de edificios en ruinas o incluso de lápidas de los cementerios, se llevaron a cabo las reparaciones necesarias para que las murallas estuviesen operativas. También se limpió el foso delante de las murallas, el cual estaba lleno de tierra y vegetación por los años de abandono.

A pesar de su baja popularidad, el emperador logró que la población trabajase en las reparaciones. También logró recaudar dinero en diferentes colectas públicas, destinadas a pagar alimentos y armas.

Las pocas armas que había en la ciudad fueron requisadas y redistribuidas entre las fuerzas defensoras. Aunque Constantinopla contaba con pocos defensores, se enviaron pequeños destacamentos para guarneces las pocas fortalezas que le quedaban al Imperio en torno a la capital. Incluso, de manera desesperada, se enviaron a varias galeras a saquear los pueblos turcos del Mar de Mármara.

El emperador logró sin embargo la colaboración de venecianos y genoveses. En la ciudad existían sendas colonias de mercaderes de estas ciudades, y la defensa de la capital imperial también iba en su beneficio.

En el puerto estaban ancladas dos galeras de transporte y tres galeras ligeras venecianas. Tras una reunión con el emperador el 14 de diciembre, los capitanes de los barcos decidieron quedarse en la ciudad

“primero por amor a Dios, luego por el honor de la cristiandad y por el de nuestra Señoría de Venecia”

El 26 de enero de 1453 la moral de la ciudad creció ante la llegada de varios barcos genoveses. El noble Giovanni Giustiniani Longo, a título personal, había reclutado a 700 soldados profesionales bien armados y equipados para la defensa de la ciudad.

Aunque llegaron algunos nobles occidentales más acompañados por pequeños grupos de soldados, la ayuda de occidente se intuía escasa para el gran desafío que estaba por llegar.

El canciller Imperial Jorge Frantzes escribió amargamente:

“Habíamos recibido tanta ayuda de Roma como la que nos había enviado el sultán de El Cairo”.

Las murallas de Constantinopla

Si una cosa tenía clara ambos bandos enfrentados, era que las murallas de la capital imperial jugarían un papel principal en el asedio. Aunque años de mantenimiento negligente las habían deteriorado, seguían siendo un impresionante sistema defensivo.

Constantinopla estaba rodeada de una muralla simple por los lados en los que daba al mar. Esta muralla marítima contaba con 188 torres defensivas y varios puertos. Esta era la parte más vulnerable de las defensas, pero también era una zona muy complicada de atacar, ya que era necesario un asalto anfibio.

Por la parte terrestre, la ciudad contaba con sus mejores defensas. Una línea de tres murallas y un foso protegían la entrada a la ciudad. Dotada de 192 torres, estas muras jamás habían sido atravesadas por un enemigo en los 1000 años anteriores.

Este sería de nuevo el escenario donde se produciría la dramática última lucha del Imperio romano.

La situación en Edirne

Mehmed tenía en casa una situación mucho más favorable que la del Emperador, pero a pesar de ello no era idónea.

Mehmed todavía conservaba en su gobierno a antiguos ministros de su padre, algunos de ellos bastante reticentes a lanzar la campaña en contra de Constantinopla.

El personaje más poderoso de todos ellos era el Gran Visir Jalil Pachá, un hombre con décadas de experiencia en el gobierno del imperio turco. Para asegurarse el apoyo de su ministro más importante, Mehmed decidió hacer una demostración de su poder.

A finales de 1452, una noche, ya de madrugada, el sultán envió a su guardia de palacio a casa de Jalil. Golpearon a la puerta y exigieron entre gritos que Jalil les acompañase a palacio. El veterano político sabía lo que aquello podía significar, así que se despidió de su familia, pensando que había llegado su hora.

Jalil fue llevado ante Mehmed, que le esperaba sentado en el trono en toda su majestuosidad. El visir se acercó tembloroso al sultán y le ofreció una bandeja de monedas de oro. El sultán le preguntó ¿qué es esto?

Jalil Pachá, le contestó que era costumbre llevar un regalo al sultán cuando se era convocado en horas inusuales. Mehmed apartó el regalo y le mirando a los ojos de su visir le dijo: no quiero oro, quiero que me des la ciudad.

Este encuentro fue suficiente para asegurar el apoyo de Jalil Pachá al proyecto de toma de Constantinopla.

Las tropas turcas

A principios de enero de 1453 Mehmed lanzó oficialmente la campaña contra Constantinopla. Su primer acto fue, siguiendo la tradición ancestral, colocar el estandarte de crin de caballo frente al palacio imperial, lo que significaba que se llamaba a las armas.

Mensajeros imperiales se dispersaron por todas las provincias difundiendo la llamada del sultán.

Las fuerzas turcas estaban constituidas en su mayoría por dos grandes grupos. Por un lado se encontraba la caballería, integrada por los espahíes, terratenientes que tenían la obligación de acudir a la llamada a las armas con equipo de guerra completo y con un número determinado de seguidores según sus posesiones.

Por otro lado estaba la infantería o azarps, carne de cañón reclutada entre campesinos y artesanos y pagada por impuestos locales.

Además, el sultán contaba con lo mejor del ejército imperial, los jenízaros. Estos soldados profesionales, fieles únicamente al sultán, suponían la élite del ejército otomano. No eran más de 5000 en este momento, pero suponían el núcleo de las fuerzas turcas.

Junto a ellos se encontraban otras fuerzas pagadas directamente por Mehmed, como la artillería, los ingenieros o diferentes contingentes cristianos reclutados en los Balcanes.

Esta fuerza impresionante debería ser suficiente para doblegar finalmente a los griegos.

La artillería turca

Los turcos eran un pueblo de la estepa asiática. Tradicionalmente montados a caballo, habían logrado un gran imperio en el Mediterráneo, donde habían entrado en contacto con Persas, Romanos y Árabes musulmanes.

Los turcos aprendieron rápidamente de estos pueblos, por lo que a mediados del siglo XVI ya estaban alejados de esos pueblos nómadas de la estepa.

Gracias a este contacto, los turcos entraron en contacto con la pólvora y la artillería. Fue Murat, el padre de Mehmed, el que se dio cuenta del potencial de los cañones, tanto en asedios como en batalla.

Bajo su protección, se creó un cuerpo de artillería dentro del ejército imperial. Se trajo a artesanos del mundo occidental y se contrató a mercenarios cristianos dispuestos a trabajar para el turco.

El más importante artesano de cañones fue un húngaro llamado Urban. Este hombre había acudido a la corte de Constantinopla a prestar sus servicios al emperador. Debido a las condiciones nefastas del tesoro imperial, acabó en la ruina y harto de malvivir, decidió marcharse de la ciudad en 1452 para dirigirse a Edirne, donde Mehmed le acogió gustosamente.

Urban se entrevistó con el sultán y le ofreció construir un cañón tan grande como él desease.

Mehmed sabía lo que necesitaba, un gran cañón capaz de derribar las murallas impenetrables de Constantinopla.

En el invierno de 1452-53 Urban acometió la tarea encargada por el sultán, construir el mayor cañón jamás fundido. 8 metros y 20 centímetros de largo. La pared del cañón tenía 20 centímetros de grosor. Las balas, de más de media tonelada, medían 75 centímetros de diámetro.

Urban había construido un arma infernal, pero primero debían probarla. En enero de 1453 se hizo un disparo de prueba a las afueras de Edirne. Se informó por toda la región de que se iba a producir esta prueba, para así evitar cualquier tipo de problema al respecto.

La bala voló más de 1600 metros antes de hundirse en el suelo. El disparo se escuchó a más de 15 kilómetros de distancia.

Ahora sólo faltaba transportar aquel monstruo 225 kilómetros hasta Constantinopla y la capital imperial estaría condenada.

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