La diplomacia bizantina había mantenido con vida a un Imperio que agonizaba desde hacía 250 años.
Constantinopla ya no disponía de una poderosa flota o de ejércitos con los que hacer valer su poder. Sólo en el campo diplomático tenían todavía algo de influencia.
Sería un gran error de la otrora eficiente diplomacia imperial lo que acabaría provocando la caída de la ciudad de Constantino. Un error fatal, que le costaría la existencia al Imperio Romano de Oriente.
Un nuevo sultán
El sultán Murat falleció en Febrero de 1451. Por todo occidente se celebró la desaparición del poderoso monarca otomano. En las cortes europeas se pensaba que Mehmed era débil y que incluso se le podría derrocar fácilmente.


Sin embargo, la muerte de Murat se vivió con incertidumbre en Constantinopla. Aconsejado por su canciller Jorge Frantzés, el emperador Constantino mandó rápidamente embajadas a la corte turca para lograr del nuevo sultán el compromiso de que no atacaría la ciudad. Mehmed juró “por los ángeles y los arcángeles que defendería la paz con Constantino hasta su muerte”.
Durante los primeros meses del gobierno de Mehmed, embajadas de diferentes países cristianos recibieron garantías similares del nuevo sultán. Occidente se sentía confiado y seguro.
Además, como era costumbre tras la subida al poder de un nuevo monarca, el imperio Otomano sufrió varios momentos de inestabilidad. En Anatolia, la región de Karamán se rebeló contra el dominio turco, lo que provocó la intervención del propio Mehmed.
Sofocada esta revuelta, los jenízaros, las mejores tropas del ejército turco, se rebelaron, exigiendo una paga extraordinaria por la campaña en Karamán. Mehmed se vio obligado a hacer una importante purga en los mandos de sus tropas para asegurar su lealtad.


Y por si eso no fuera poco, Mehmed tuvo que enfrentarse a una rebelión en Bursa, la cual también logró vencer rápidamente.
Mehmed se hacía más y más fuerte cada día que pasaba, y así lo demostraba el éxito en cada una de sus acciones de sus primeros meses de gobierno. Sin embargo en occidente, pensaron exactamente lo contrario.
el error de Constantino
Desde hacía años vivía en Constantinopla el príncipe Orján. Este miembro de la familia real turca se había refugiado en la corte de Constantino cuando Murat accedió al poder. El príncipe vivía de parte de los impuestos de ciudades del Peloponeso que deberían ir a las arcas turcas, pero que eran desviados para el mantenimiento de Orján con el consentimiento de la corte de Edirne.
Pensando que Mehmed era débil, la diplomacia bizantina entró en juego. Constantino envió una embajada a Bursa, donde se encontraba el gran visir Jalil Pachá. Este hombre había servido primero a las órdenes de Murat y ahora lo hacía con su hijo Mehmed.
Jalil tenía fama de ser un hombre calmado, reflexivo y con el que se podía tratar. Un hombre detrás del trono, el cual contenía las ansias de conquista del joven Mehmed. Siempre se había mostrado cordial con los romanos en sus anteriores embajadas, pero esta vez perdió la paciencia.
Los embajadores bizantinos presentaron el caso a Jalil. El príncipe Orján había superado la mayoría de edad, por lo que los fondos que se destinaban a su manutención ya no eran suficientes. Constantinopla pedía, o bien que se aumentasen los fondos destinados al príncipe refugiado, o bien, le liberarían, lo cual seguramente acabaría por provocar una guerra civil en el Imperio Otomano.
La respuesta de Jalil fue colérica:
“Estúpidos griegos. Estoy harto de vuestras intrigas. El difunto sultán fue vuestro generoso y esforzado amigo. El sultán actual no tiene las mismas intenciones. Si Constantino elude acabar aplastado por su imperioso puño será solo porque Dios ha decidido seguir ignorando vuestras conspiraciones y malévolas tramas. Sois unos insensatos si creéis que podéis asustarnos con vuestras fantasías, máxime cuando la tinta de nuestro reciente tratado todavía no está seca. No somos niños desprovistos de fuerza y de razón. Si creéis que podéis empezar algo, hacedlo. Si queréis proclamar a Orján como sultán en Tracia, adelante. Si queréis hacer que los húngaros crucen el Danubio, que vengan. Si queréis recuperar todos los lugares que habéis perdido, intentadlo. Pero sabed una cosa: no conseguiréis nada en ninguna de esas empresas. Lo único que lograréis será perder lo poco que os queda”.
Mehmed había conseguido la excusa perfecta para romper el tratado de paz con Constantino y lanzarse a su gran proyecto, la toma final de Constantinopla.
el gran plan
Mehmed era una persona instruida. Aunque provenía de oriente, admiraba a grandes personajes occidentales, como Alejandro Magno y Julio César. Su gran deseo era emular a estos gigantes de la Historia tomando la ciudad de Constantinopla.
Como buen estudioso, Mehmed sabía perfectamente que todos los intentos de tomar la ciudad por parte de ejércitos musulmanes habían fracasado en el pasado, por lo que si no quería añadirse a la lista, debía organizar un plan de manera muy meticulosa.
El primer paso fue la construcción de una fortaleza. En varias ocasiones, las tropas otomanas habían quedado bloqueadas en Europa o en Anatolia por flotas cristianas, debido a que los turcos no disponían de una flota importante ni de fortificaciones en el estrecho del Bósforo.
La primera decisión de Mehmed fue la de construir una gran fortaleza que acabase con ese problema. Rumelihisari o castillo cortador de gargantas fue la respuesta de Mehmed al control cristiano de los mares.


Mehmed envió mensajeros por todo el Imperio para solicitar materias primas y artesanos que levantasen su gran fortaleza. Más de 6.000 obreros y artesanos se dieron lugar en la orilla del Bósforo el 15 de Abril de 1452, día de la colocación de la primera piedra.
Aunque en Constantinopla estaban alarmados por la construcción de esta nueva fortificación, Constantino sabía perfectamente que poco podía hacer para evitarlo. El emperador mandó una embajada ante Mehmed pidiéndole permiso para construir el castillo, al igual que había hecho su abuelo ante su padre, el emperador Manuel II.
La respuesta de Mehmed fue clara y expeditiva: fuera de las murallas de Constantinopla, el emperador no tenía ni posesiones ni poder. Si volvía a enviarle una embajada pidiendo algo similar, los embajadores serían desollados.
Una guerra inevitable
Para el verano de 1452 ambos bandos sabían que la guerra era inevitable. Realmente en este momento, sólo faltaba una pequeña excusa para que el conflicto empezase.
Las hostilidades comenzaron cuando grupos de griegos intentaron impedir que los trabajadores turcos se llevasen grandes columnas de la Iglesia de San Miguel, que estaba en ruinas cerca de la fortaleza.
Además, los otomanos se dedicaban a saquear los campos de la zona, lo cual acabó provocando una escaramuza con muertos en ambos bandos.
Con estas acciones, Mehmed trataba de provocar al emperador para que saliese de la ciudad y presentase batalla. Sin embargo, Constantino, que era muy consciente de la fuerza que tenía, decidió intentar apaciguar al sultán. En una embajada que trataba de calmar a Mehmed, le ofreció alimentar a sus obreros a cambio de que no molestaran a los habitantes de la zona.
Para seguir provocando al Emperador, Mehmed ordenó que los animales de que disponían sus tropas y obreros pastaran libremente en los campos de la zona. Esto acabó con la paciencia de los agricultores griegos, que atacaron a los turcos.
En respuesta, Mehmed ordenó una expedición de castigo por los pueblos de la zona, provocando la muerte de decenas de habitantes locales y el saqueo de las tierras.


Constantino no podía ignorar estos hechos y muy a su pesar envió un mensaje a Mehmed:
“Puesto que preferís la guerra a la paz y no atendéis a mis llamadas a la paz, sean juramentos o súplicas, seguid vuestra voluntad. Yo hallo refugio en Dios. Si Él ha decretado y decidido entregaros esta ciudad, ¿quién puede contradecirle? Si Él instiga en vuestra mente la idea de la paz, con placer la acordaremos. Por ahora, puesto que habéis roto todos los tratados a los que me obligan mis juramentos, considérese todos ellos abolidos. En adelante mantendré las puertas dela ciudad cerradas. Lucharé por sus habitantes con todas mis fuerzas. Vos podéis continuar con vuestro poder hasta que el Juez Supremo dicte sentencia sobre todos nosotros”.
Mehmed decidió no molestarse en parlamentar. Ordenó ejecutar a los mensajeros y envió una respuesta muy directa al Emperador: “Rendid la ciudad o disponeos a la batalla”.
La gran batalla por Constantinopla estaba a punto de comenzar.




