Constantino Paleólogo, en Cristo verdadero emperador y autócrata de los romanos.


Así firmaba los documentos oficiales Constantino XI, quien pasaría a la historia como último monarca de Constantinopla.
Este personaje, olvidado en la mayoría de los libros de Historia, jugaría un papel fundamental en la última y desesperada defensa de la ciudad cristiana ante el imparable avance turco otomano. Un hombre, que acabaría dando la vida por un Imperio que nadie se explicaba cómo seguía existiendo.
El ascenso de Constantino al trono
Si nos basamos en los cánones de pureza de sangre que se empleaban para medir la legitimidad de los gobernantes y de los nobles en la Edad Media, Constantino podría parecernos un simple bárbaro usurpador.
Su familia, la de los Paleólogos, habían tomado el poder en Constantinopla en el año 1261. Aunque hablaba griego, la lengua oficial del Imperio Romano de Oriente, su madre era Serbia y su padre era medio italiano.
Lo cierto es que no importaba mucho su procedencia, porque tampoco quedaba mucho que gobernar. El Imperio se había reducido a unas pequeñas posesiones en Grecia, algunas islas del Egeo y la propia ciudad de Constantinopla.


A pesar de ello, al igual que el emperador mantenía su rimbombante título, también seguían existiendo la mayoría de los grandes cargos imperiales. Constantino tenía a sus órdenes a un Alto Almirante, que no tenía flota que mandar. También tenía a su servicio a un Comandante Supremo, cuando no quedaban apenas soldados a sus órdenes.
El Imperio de Constantino mantenía su fama, su prestigio y los recuerdos de gloria del pasado. El único campo en que todavía se podía sentir la fuerza de este casi extinto imperio era la diplomacia, sin la que, con toda seguridad, el Imperio habría desaparecido décadas o incluso siglos antes.
Con este panorama desolador, Constantino fue coronado Emperador de los Romanos en el año 1449. Su ascensión al trono no fue en absoluto grandiosa. De hecho, ni siquiera fue coronado en Santa Sofía, sino que se hizo con las riendas del Imperio desde la ciudad de Mistra, en el Peloponeso.
Su toma del poder fue tan penosa, que tuvo que desplazarse a la corte otomana para que el sultán Murat le diera su aprobación. A su vuelta, tuvo que incluso pedir dinero para poder regresar a Constantinopla, ya que los fondos imperiales no bastaban para pagarle el pasaje de vuelta.
Lo cierto era que si Constantino conseguía mantener vivo el Imperio, sería un verdadero milagro.
La ciudad
La ciudad de Constantinopla era un vivo reflejo de todo el Imperio. Todavía se mantenían en pie los grandes monumentos y edificios del pasado.
Santa Sofía seguía siendo la mayor iglesia de la cristiandad, donde se custodiaban algunas de las reliquias más sagradas del mundo, como la parrilla donde se martirizó a San Lorenzo o un recipiente de piedra, donde Abraham habría dado de comer a los ángeles antes de que destruyeran Sodoma y Gomorra.
También se conservaban grandes monumentos que recordaban las glorias militares del pasado. En esta época seguía en pie una gran columna de la victoria, coronada por una estatua ecuestre del emperador Justiniano.


La efigie tenía el brazo extendido hacia Anatolia, como queriendo marcar la vía de expansión del Imperio, pero que ahora recordaba el origen del pueblo que había acabado con los dominios de Bizancio.
Aunque estos monumentos seguían en pie, el esplendor de la ciudad había desaparecido. Su población se había reducido a unos pocos miles de habitantes para esta época. Además, el Emperador ni siquiera tenía autoridad sobre todos los habitantes de la ciudad.
Existían en Constantinopla diferentes autoridades extranjeras, las cuales controlaban el comercio y sobre las que las autoridades imperiales no tenían ningún poder, como la colonia de comerciantes venecianos o la de comerciantes turcos.
Las aguas que rodeaban a la ciudad ya no pertenecían a la en otro tiempo poderosa flota imperial, sino que estaban pobladas de barcos de diferentes orígenes, entre los que destacaban los venecianos y los genoveses.
Estos últimos, incluso poseían una ciudad frente a Constantinopla, el enclave de Gálata, una verdadera colonia mercantil sólo separada de la capital imperial por las aguas del Cuerno de Oro.
La personalidad de un Emperador
Constantino XI, a pesar de ser el último emperador romano de oriente, pasaría a la historia de manera muy diferente a como lo hizo el último emperador de occidente, Rómulo Augustulo casi mil años atrás.
Hijo del emperador Manuel II, Constantino nació en la capital imperial el año de 1405. Las arcas imperiales estaban vacías, de modo que no se le realizaron retratos. Según los relatos que se conservan de la época, Constantino era una persona capaz, un “filántropo desprovisto de malicia” llegó a decir de él un cronista de la época.
Constantino era además muy diferente de sus hermanos. A diferencia de éstos, Constantino era una persona directa, valiente y patriota, lo cual le granjeaba rápidamente la lealtad de los que le rodeaban.


Y cuando subió al trono, estaba muy preparado para el cargo. En 1422 había experimentado el asedio al que el sultán Murat había sometido a Constantinopla. En 1423 ocupó la regencia del Imperio, mientras su hermano Juan VIII realizaba un tour por los territorios cristianos de occidente, donde intentaba conseguir ayuda para Bizancio.
Finalmente, ascendió al trono en 1449. Contaba con cuarenta y cuatro años de edad. Había pasado más de veinte años al frente de las tropas imperiales, al servicio de su familia.
Durante ese periodo, había conseguido no sólo asegurar los territorios imperiales en el Peloponeso, sino que logró expandirlos. Eliminó los pequeños reinos de la zona y llegó a recuperar algo de territorio en el norte de Grecia.
A pesar de todos sus esfuerzos, Constantino parece que no tenía la fortuna que caracterizan a los grandes hombres. Después de lograr estas pequeñas victorias militares, Murat invadió el Peloponeso, derrotó a las fuerzas bizantinas y capturó a 60.000 griegos, que fueron esclavizados. Ante esta situación. Constantino se vio obligado a firmar una tregua deshonrosa.
Y en el plano personal la situación tampoco le era muy favorable. Aunque su madre logró que se le coronara emperador antes que a otros de sus tres hermanos, los esfuerzos de Constantino de forjar una alianza matrimonial no tuvieron éxito. Sus dos esposas murieron jóvenes y cuando trató de lograr un tercer matrimonio que le proporcionara una alianza poderosa para defender lo poco que quedaba del imperio, fracasó.
A pesar de todos sus intentos, parecía que los cielos no estaban del lado de Constantino. El emperador hizo todo lo que estuvo en su mano por mantener vivo el Imperio, pero por mucho que se esforzase, no podría detener al destino.